miércoles, 27 de diciembre de 2017

Argentina 2017



Argentina 2017

Alejandro Lodi



(I)
Afectivos, ilustrados, fascinados


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(II)
La oscuridad transversal


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(III)
Violencia, transformación y patología



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(IV)
Acerca de novedades y prejuicios


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(V) 
La revolución del acuerdo


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(VI)
El surgimiento de un sentido y la necesidad de creer


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(VII) 
La conciencia de la épica revolucionaria


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(VIII)
 La polarización entre encanto y eficiencia


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(IX)  
Del anhelo de justicia al compromiso de sanación


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(X)  
La rodilla de Macri (29, 58, 87)


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Argentina 2017 (X): La rodilla de Macri (29, 58, 87)

Argentina 2017 (X): 
La rodilla de Macri (29, 58, 87)

Alejandro Lodi

(Diciembre 2017)


(Viene de “Argentina 2017 (IX): Del anhelo de justicia al compromiso de sanación”).





Con la entrada de Saturno en Capricornio, nuestro país inicia un período de dos años y medio en los que transitará la casa IV y hará aspecto al Sol (por oposición) y a la Luna (por conjunción). Al mismo tiempo, la persona a cargo de la presidencia de nuestro país se acerca a su segundo retorno de Saturno en casa VIII. Nuevamente, el destino personal de la figura política unido al de la sociedad que conduce. Una clave psíquica de los procesos políticos.

Cada retorno de Saturno a su posición natal invita a tomar responsabilidad de la propia vida, a afirmar autoridad en el mundo, a resignificar el vínculo con el padre. Eso ocurre a determinadas edades: 29, 58 y 87 años. Franco Macri fue padre de Mauricio a los 29 años. Hoy Mauricio hoy tiene 58 y Franco 87. Con el ingreso de Saturno en Capricornio, ambos celebrarán el retorno de Saturno. En los últimos años Mauricio ha sido operado tres veces de su rodilla derecha. En astrología, Saturno representa al padre y Capricornio rige las rodillas. A veces la sutil sugerencia de los símbolos es ensordecedora.

La tensión entre la autoridad del padre y la singularidad del hijo está representada en la mitología griega como una lucha a muerte por la creatividad. Si la creatividad es del padre, el hijo debe seguir su modelo; si la creatividad es del hijo, el padre es desplazado. En la gravedad del mito, el padre se come al hijo o el hijo castra al padre. Las representaciones arquetípicas no suelen mostrar resoluciones, sino el conflicto desesperante.

¿Se podrá alterar el condicionamiento arquetípico, la fatalidad mitológica? El desafío personal de Mauricio Macri se corresponde con el de la conciencia colectiva de nuestra comunidad: diferenciarse del padre sin repudiar al padre, honrar al padre sin ser el padre. Dicho de otro modo, replicar o rechazar lo que la figura de su padre significa en la memoria (y la trama inconsciente) colectiva, o “conjurar el maleficio” generando una variable que lo libere (y nos libere) de la repetición. Y padre es ley, autoridad y modelos.

El mito vivo en la conciencia colectiva pulsa a la repetición del guión arquetípico, pide que se replique la fatalidad, propone que los pertinentes representantes “pisen el palito”. El inconsciente colectivo hace presión para que el cuento se reitere. La conciencia colectiva hace identidad en el cuento, con su diseño de posiciones fijas: yo soy caperucita, vos sos la abuela y vos sos el lobo. El mito vivo en la conciencia colectiva cristaliza relatos y posiciones. El guión arquetípico (y, por eso, encantador) no registra individuos, sino personajes; no admite variantes, sino confirmaciones. Esa carga del inconsciente colectivo actuando en nuestras decisiones conscientes no permite responder a lo que ocurre en el presente, sino que reacciona de acuerdo a lo que necesita ratificar: los estigmas del pasado.

El inconsciente colectivo tiende trampas arquetípicas. Juan Perón -nada menos- “pisó el palito”. Creyó que podría conciliar a los hijos, a Caín y Abel (cada hijo es uno y otro). Pero, finalmente, la tarde del 1ro de mayo de 1974 (con Urano en tránsito sobre el Ascendente de Argentina) no tuvo opción: salvó a uno y condenó al otro. Y así ambos hijos, al grito de “¡Viva el padre!”, se siguieron matando entre sí. (Ver nota en blog: “Así Mauricio como los Montoneros”).

Mauricio Macri se acerca a su segundo retorno de Saturno; un tiempo propicio para que esta trama mítica (psíquica y fáctica) cobre significado. Argentina se aproxima al tránsito de Saturno a su Sol, Luna y casa IV natales; oportuno momento para madurar y dar respuestas realizadoras gracias a la frustración de reacciones emocionales y regresivas. Sincronicidades entre individuos y comunidad.



Frente al compromiso presidencial de reducir la pobreza, luchar contra la corrupción y favorecer la unidad nacional, si “el padre se come al hijo” entonces Mauricio Macri demostrará que su promesa sólo era un engaño para finalmente “gobernar para los ricos”, cristalizar desigualdades, beneficiar a sus intereses particulares con los recursos del Estado y dividir aún más a la sociedad. “El padre” aquí no sería sólo el personal -Franco Macri- sino el mundo empresario que tuvo en su vida como modelo -vocacional y profesional- y en el que desarrolló su concepto de autoridad. Se trata de “la forma de hacer negocios con el Estado” que se ha conformado en la era democrática inaugurada en 1983 en Argentina.

Por su parte, “si el hijo castra al padre” entonces la responsabilidad de los vicios que generaron el atraso y la miseria en nuestro país caería en forma absoluta sobre la casta empresarial que tiene a su propio padre, Franco Macri, como figura emblemática y de la cual pretendería diferenciarse con toda determinación. Esa clase social -los empresarios, su padre- serían culpables de la sanción moral que gran parte de la sociedad prodiga sobre Mauricio Macri y que él mismo percibe injusta y ajena. El padre (el empresariado) convertido en chivo expiatorio.

Sin faltar al mito, hay modos simbólicos de “matar (castrar) al padre” y de “matar (comerse) a los hijos”. Sublimaciones que transforman lo trágico en liberación creativa. Se trata -como siempre- de liberarse de polarizaciones para ver polaridad: reconocer al otro, sin condicionarse ni rebelarse. El retiro del padre y su huella ahora sin mandatos (el éxito no será suyo y el fracaso tampoco). El aporte del hijo y su responsabilidad ahora sin excusas (el éxito será suyo y el fracaso también).

Quizás “la salida por arriba” del laberinto que diseña esta trama mítica, la resolución creativa de la paradoja capaz de no reproducir su polarización enloquecedora (matar al padre o ser devorado por él) consista en mostrar, por un lado, una impecable disposición a que la luz de la justicia opere sobre hechos de corrupción que expusieran a miembros del mundo empresario, incluso a integrantes de su familia; y también asumir que una honesta determinación a disminuir la pobreza no puede eludir una redistribución de riqueza que necesariamente afectará la concentración del capital tanto como las ganancias excesivas de sectores con capacidad de condicionar al poder político. Difícil imaginar un desafío más apropiado para una personalidad con Saturno en Capricornio en casa VIII. ¿Sería posible semejante sinceramiento sin una profunda transformación personal? ¿Podría diferenciarse del clan sin romper con hábitos -de poder, de negocios- adquiridos y naturalizados en su experiencia de vida en aquella pertenencia? ¿Podría ser acompañado por la sociedad (con su variedad de matices y necesidades) en su aspiración de reducir la pobreza, eliminar la corrupción y disolver enfrentamientos, si su acción de gobierno no refleja que sus propios intereses (y afectos) personales son puestos en observación y acaso perjudicados? Sólo reconociéndose parte de lo que pretende transformar podrá revelarse la confianza en lo nuevo. Sólo en esa particular alquimia personal e individual podrá ser efectivo el cambio social y colectivo. La sincronicidad como condición.

Si esto ocurriera, si la renovada confianza emergiera y en el balance de la gestión de la coalición gobernante los datos objetivos de la realidad económica y social demostraran una baja sustancial de la desigualdad, de la corrupción y del sectarismo, entonces nuestra comunidad -junto a Mauricio Macri en el viaje personal con su padre- estaría en oportunidad de conjurar el hechizo de injusticia, abuso y desunión vivo desde casi su fundación como país.

Un alto porcentaje de la conciencia colectiva de nuestra comunidad reacciona y rechaza lo que cree -de un modo absoluto, definitivo, sin cuestionamientos- que la figura de Mauricio Macri representa: el desprecio de los ricos, la indiferencia hacia los pobres. Esa reacción y rechazo es tan intenso que supera la valoración de la democracia y llega a cuestionar la legitimidad de su presidencia: convencida del accionar perverso de oscuros poderes hegemónicos que lo entronizaron en el poder, esa fracción relativiza la validez moral de las elecciones en las que Mauricio Macri fue elegido presidente y, por lo tanto, anhela su destitución y justifica su derrocamiento (bajo el eufemismo de “levantamiento popular”). Ese fragmento fanático de nuestra conciencia colectiva (en gran medida progresista e ilustrado) que sueña con “la fuga en helicóptero del dictador” exhibe, acaso de un modo inconsciente, el encanto pre-democrático que persiste en nuestra sociedad: la fuerza de la calle derrotando a la legalidad de las instituciones. Una patología regresiva y autodestructiva enmascarada en aspiraciones de justicia y animada en la sensación de superioridad moral.

Para vencer el hechizo arquetípico (convertido en prejuicio en esa suficiente masa crítica de la sociedad) la administración de Mauricio Macri debería obtener resultados concretos, contundentes e inobjetables respecto a la inclusión social, la igualdad de derechos, el respeto de las libertades y la división de los poderes del Estado que caracterizan a una república democrática moderna. Sólo así podría disolver el poder del mito que lo muestra (y lo necesita ver) como representante de la clase empresaria indiferente y -mucho más aún- culpable de la miseria y decadencia de nuestro país, que lo identifica (y necesita confirmar) con el conservadorismo más reaccionario y elitista.

Sólo a un acuariano podría ocurrírsele semejante hazaña (y salirle bien).

(Fin)



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viernes, 22 de diciembre de 2017

Argentina 2017 (IX): Del anhelo de justicia al compromiso de sanación



Argentina 2017 (IX): 
Del anhelo de justicia al compromiso de sanación


Alejandro Lodi

(Diciembre 2017)

Viene de “Argentina 2017 (VIII): La polarización entre encanto y eficiencia”.


Si observamos el cielo en las próximas elecciones presidenciales de 2019 vamos a encontrar algunas claves sorprendentes. La fecha no está aún confirmada, pero sabemos que será en octubre. Si desde la astrología pudiéramos recomendar una fecha, creo que el domingo 20 sería preferible al 27. ¿Por qué? Bueno, el Sol estaría en 26° de Libra, en conjunción casi partil al Ascendente de Argentina; la Luna en Cáncer entre los 13° y 19° durante la jornada electoral, en tránsito sobre la oposición Sol-Luna natal de nuestro país; y el Nodo Norte en tránsito de conjunción partil sobre Venus natal (regente del Ascendente). Puede ser solo anécdota (¿lo es?), pero parece un día propicio.


Por supuesto, mucho más importante resultan los tránsitos mayores de ese momento. Dos de ellos también sobre Sol-Luna natal de Argentina: Plutón aun a 1° de la Luna y a 3° del Sol, y Saturno -sobretodo- a punto de completar el tercer paso (en noviembre al Sol y en diciembre a la Luna) e ingresar definitivamente en la casa IV natal.

Si, como vimos, las elecciones del 2015 se dieron bajo un clima uraniano, las del 2019 se darán en contexto saturnino. Aquello insólito, inesperado y sorpresivo que ocurre en 2015, encuentra en 2019 su tiempo de adquirir sentido de realidad y -de ocurrir así- de afirmarse y establecerse con solidez. El trasfondo es el contexto de transformación que los tránsitos de Plutón vienen indicando desde 2015 hasta 2019 (y que, incluyendo el de conjunción a Venus –regente del Ascendente-, se extienden hasta 2012).

Así como los tránsitos de Urano invitan a cambiar (que ocurra lo imprevisible y creativo) y los de Plutón a transformar (que emerja lo oscuro y temido), los de Saturno representan la oportunidad de madurar (frustrar fantasías y reconocer la realidad).

Mi sensación es que acaso el período 2015-2019 sea de transición y que la construcción de algo que sintamos distinto y diferenciado del pasado cobre visibilidad entre 2019-2023. De ser así, la actual presidencia no resultaría de fundación, sino de transición: una particular interfase entre el pasado y el futuro en la que se ponen de manifiesto (¿y se agotan?) prejuicios, condicionamientos, cosmovisiones ideológicas destructivas, creencias cristalizadas y todas las reacciones patológicas de la psique colectiva de nuestra comunidad que bloquean la emergencia de respuestas creativas. En el período 2015-2019, de la mano de los tránsitos de Plutón y Urano al Sol-Luna natales, asistimos al “doble vínculo” entre la necesidad de responder a lo nuevo y la adhesión a las sentencias del pasado. Como en todo conflicto de fidelidades, el costo es emocional. No se trata de que triunfen ideas sino de sacrificar emociones.

Sabemos que en 2018-2019 Urano transitará en oposición a Júpiter natal. Como ya dijimos, momento propicio para actualizar y renovar las leyes de nuestra convivencia democrática, evitando la concentración del poder y favoreciendo su circulación, atenuando la uniformidad (una facción controlando a la totalidad) y estimulando la diversidad (la alternancia de distintas miradas). Esto lo hemos desarrollado en la quinta parte de esta serie: Argentina 2017 (V): La revolución del acuerdo.

Pero, además, en 2019 se dará un tránsito fundamental. En verdad, es un “acorde de tránsitos” entre 2019 y 2020:


  • Neptuno en tránsito de conjunción sobre Quirón natal.
  • Neptuno en tránsito de cuadratura creciente a Neptuno natal.
  • Júpiter en tránsito de conjunción sobre Neptuno natal.
Quirón, el arquetipo del sanador herido, el símbolo de “la herida que nunca cierra” de la cual brota el talento de curarla en otros, en 2019-2020 recibirá la conjunción de Neptuno por tránsito. Un momento de hipersensibilización de la herida que sentimos que nunca cierra en nuestra sociedad. Y para fortalecer más el efecto de Neptuno, Júpiter -el habilitador, el que entusiasma, el que enciende confianza- estará transitando en conjunción sobre Neptuno natal; o sea que hay una amplificación de esa sensibilidad que va a estar operando sobre la herida. Mi sensación es que la deuda de madurar el dolor que arrastramos durante décadas (social, político) está en un momento de pasar del anhelo de justicia a la sanación. Quiero decir, no es que una cosa sea válida y la otra no. La justicia es necesaria para sentir que algo se hace evidente, no se pone en discusión y se reconoce. Pero, para el trabajo profundo con la herida, eso es insuficiente. Aunque es necesario, es insuficiente. Sanar implica ir a una capa más profunda. 



Y yo creo que una gran dificultad para entrar en esa zona de sanación, son nuestras definiciones ideológicas respecto a qué ocurrió en nuestra historia. La convicción y la cristalización en nuestras creencias, en las ideas en las que configuramos la historia vivida. Necesitamos que el pasado sea “eso” que creemos. Y esa posición es la que nos impide el contacto con lo compasivo, con aceptar la percepción nueva que se habilita y que desborda las ideas en las que hemos hecho identidad.

El supuesto de que la propiedad de la violencia, de ser indiferentes al dolor del otro para confirmar el propio poder, sea exclusiva de una específica casta tradicional, clase social o facción política tiene que empezar a hacernos ruido, porque no es cierto. Si somos honestos, tenemos que aceptar que no es cierto que todo el mal que registramos en nuestra comunidad sea “culpa del otro” y que “los nuestros” sean ajenos a toda responsabilidad. Es necesario liberar a nuestra percepción de la polarización política, porque en ella inevitablemente terminamos justificando injusticias y crímenes. La polarización política es funcional a la autoindulgencia, es efectiva para liberarnos de “la culpa del pecado” y encontrar “los demonios afuera”, a preocuparnos por establecer quién empezó, a quién le duele más, quién cometió mayores atrocidades. Con Neptuno en tránsito sobre Quirón esas estrategias -defensivas, negadoras- se desvanecen, dejan de importar, se muestran irrelevantes (o, al menos, tienen la oportunidad de hacerlo).




Sentir que hemos sido víctimas de la maldad del otro, comprometernos con un anhelo de justicia y de que el otro pague por lo que nos hizo, es probable que se ajuste a hechos concretos y que sea un sentimiento y un compromiso necesario de asumir. No obstante, en algún momento del proceso de la herida, se revelarán insuficientes. El recorte de los hechos que nos ubica en la posición de víctima comienza a mostrarse como un filtro a una verdad más profunda, como una coraza que impide el contacto con la sanación. El desprecio por la vida, la justificación de la violencia, el deseo de exclusión del otro, el oscuro culto de la muerte y del sacrificio purificador ¿es propiedad exclusiva de nuestro victimario? ¿Es posible la sanación si permanezco en la convicción de que el otro es el mal y yo soy el bien, de que el otro es el odio y yo soy el amor? Respecto a la tradición violenta de nuestra historia y al horror de nuestro pasado próximo, por temor a “la teoría de los dos demonios” quedamos atrapados en “la certeza de un demonio”. Y si el demonio es el otro, yo soy el ángel redentor. Y mi violencia no es violencia, sino justicia.

La sanación de la herida implica la aceptación de una realidad más compleja que aquella que hemos construido desde nuestro sistema de creencias. Disolver el encanto ideológico para tomar responsabilidad perceptiva. Se trata de una tarea colectiva. No es obra de voluntades individuales, sino de una percepción que alcanza la necesaria masa crítica en la conciencia de la comunidad.

Todavía viven muchos de aquellos que protagonizaron la violencia política de los `70. Quienes tuvieron responsabilidades en la represión durante el gobierno militar cumplen condenas, aunque, en su propia defensa, no han dicho la verdad. Quienes formaron parte activa de la guerrilla y han sobrevivido, en favor de un relato que los favorezca ante los ojos de la historia, tampoco han contado la verdad. Quizás en ambos grupos pesen cargos de conciencia. Sabemos que no hay sanación sin verdad, que sanación es mucho más que hacer justicia. Sanar es saber la verdad, conocer los hechos, contar con toda la información posible acerca de lo ocurrido. Sin embargo, la necesidad de castigar a los culpables provoca en ellos la reacción de supervivencia de resguardarse en el silencio o la negación; es decir, el anhelo de castigar a los culpables bloquea la sanación. ¿Cuál es la solución para este “callejón sin salida”, la respuesta creativa para esta situación de “doble vínculo”?

El don de la sanación requiere decirnos y escuchar toda la verdad, liberados de amenazas de castigo. Privilegiar conocer toda la verdad antes que sentenciar culpables. Es la gracia del perdón: recordar sin castigar. El perdón no tiene que ver con legitimar injusticias, sino profundizar en la conciencia del dolor: que el victimario reconozca sus actos, escuche y asuma el daño provocado, sin necesidad de defenderse o negar ya que no será castigado por el otro. En el perdón, el victimario asume ante los demás su responsabilidad sin ser castigado, pero sin poder ya eludir la verdad, ni evitar -acaso lo más costoso- los reclamos de su conciencia. Con el perdón, quien perdona queda liberado y el perdonado contrae una deuda.

¿Cuánto podría sanarse nuestra herida argentina si los protagonistas de la violenta década del `70 que aún viven, a cambio de la gracia del perdón, quedarán comprometidos con decir la verdad que silencian o niegan? Aún vive, por ejemplo, la presidente Isabel Perón y muchos funcionarios relevantes de su gobierno ¿cuánta valiosa información podrían brindarnos acerca de la violencia política y de la actividad parapolicial de aquellos años? Todavía viven integrantes de los grupos de tareas de la represión ilegal ¿cuánto podrían aportar acerca del destino de los secuestrados desaparecidos? Están vivos muchos dirigentes de las organizaciones armadas revolucionarias ¿cuánto podrían decir acerca de la justificación del asesinato político, de sus operaciones violentas y de sus víctimas? Sabemos que es mucho lo que cada uno de ellos tiene para decir… y para escuchar. Hay mucha verdad para dar a conocer y para asumir. Es la condición de la sanación. Y estamos a tiempo.

Sería tremendo. Muy pesado…

Pesadísimo… También descubriríamos que hay más dolor del que creíamos. Que hay muchos más victimarios y más víctimas. Se revelaría la evidencia de que casi ninguna familia de este país es ajena al dolor que nos infligimos aquellos años. La violencia es un estigma compartido en nuestra comunidad. Quizás no nos toque en nuestra historia estrictamente personal, pero si nos exponemos a la información que circula a nuestro alrededor, seguramente descubriremos que alguien próximo a nosotros carga con ese peso. Si la información circulara y nuestro corazón se encontrara dispuesto, el dolor compartido llegaría a nosotros.

En este punto, quiero compartir una experiencia personal.

Como gran parte de mi generación, desperté a la conciencia política con los movimientos de derechos humanos a principio de los `80. Mi mundo de relación estaba compuesto por personas que compartían esa mirada y ese anhelo de recuperación moral de nuestro país a partir de la necesidad de justicia para quienes habían sido víctimas de los horrores de la dictadura militar. Con la práctica profesional de la astrología, sobre todo con el trabajo de entrevistas, mi mundo de relación se expandió. Comencé a tratar con personas que también habían padecido la tragedia de los `70, pero desde un lugar que yo desconocía. En la experiencia de consulta se hizo evidente que el contacto con el dolor de esas personas abría una dimensión humana que desbordaba el sustrato ideológico de mi percepción (del cual, no era consciente). Era una situación que exponía la inoperancia de ensayar una devolución “políticamente correcta” y que, por lo tanto, me obligaba a una respuesta más humana. La vivencia concreta era ineludible: frente a mí, una persona de más de 40 años se quiebra de dolor al recordar a su amiga de la infancia -ambas hijas de militares- que con 15 años de edad muere víctima de un atentado explosivo en su casa familiar. Sentí que la astrología me estaba convocando a un salto de sensibilidad, que el contacto con esa persona implicaba la despedida de una visión del mundo. ¿Cómo podría explicarle a ese ser humano, sin abrumarme de vergüenza, sin sentirme tosco y brutal, que debía entender que “la dinámica de los procesos históricos incluye momentos en donde los conflictos de intereses llegan a un extremo en el que la violencia aparece justificada para propiciar cambios superadores”? ¿Cómo podría sostener esa visión, sin sentir que de ese modo evadía la profundidad humana que ese encuentro me proponía? En verdad, para que el encuentro con los demás adquiera esta dimensión no hace falta ser astrólogo. Ocurre todo el tiempo, en todos nuestros vínculos. Solo es necesario estar atentos y dispuestos a que se quiebren las corazas de nuestro corazón.

Todavía quizá nos importe demasiado qué pensaba el victimario o qué pensaba la víctima. Para dar una respuesta al suceso trágico, antes que abrir el corazón, nos ocupamos en establecer qué ideas tenía la víctima o qué ideas tenía el victimario. Valoramos más la ideología que la compasión. Sin darnos cuenta (o sin que nos importe) justificamos crímenes de acuerdo a “los contextos históricos” y a “los procesos socio-políticos”. Hacer contacto con el dolor, sanar la herida, nos compromete con una sensibilidad para la cual es absolutamente irrelevante las ideas de la víctima o del victimario. La fascinación ideológica, el hechizo de la batalla entre el bien y el mal, el encanto del arquetipo del enemigo, distorsionan la sensibilidad amorosa y obstaculizan la emergencia de la compasión.

Celebro que tengamos esta conversación. Creo que es algo necesario, pero es muy difícil encontrar ámbitos donde sea posible compartir y meditar sobre estos temas. O quizás sí se estén dando estas conversaciones en muchos otros espacios y yo esté atrapado en un prejuicio.

Ambas cosas pueden ser ciertas… (Risas).

Es lo más probable. De hecho, hay tres libros muy recomendables orientados a esta meditación: “El diálogo” de Héctor Leis y Graciela Fernández Meijide, “Eran humanos, no héroes” de la propia Graciela, y “De la culpa al perdón” de Norma Morandini.

La misma carta lo dice. Con Plutón asociado a Neptuno siempre narcotizamos, siempre generamos fantasías..

Bueno, Neptuno-Plutón puede ser velar el dolor, pero también ser sensibles al dolor.

Pero nos vamos a los extremos: o nos hipersensibilizamos y hacemos un drama, o lo tapamos y somos indiferentes…

También gastamos mucho Neptuno en relatos épicos, en fantasías en las que todo parece resolverse. Si hacemos contacto -real, concreto, vivencial- con lo que pasa, vamos a registrar una distancia enorme entre el relato y lo real. En nuestros relatos fantásticos y afectivizados hay un vacío de realidad. Falta Saturno. Nuestra forma narcótica favorita es responsabilizar a una facción, no apreciar que los hechos responden a la dinámica psíquica propia de la sociedad sino adjudicárselos a la acción deliberada de una facción. Por supuesto que los distintos actores políticos tienen su responsabilidad en los hechos, pero si cargamos de culpabilidad absoluta a una facción entonces generamos un chivo expiatorio: ellos son el mal y nosotros somos el bien, de modo que todo se resolvería mágicamente si logramos que “ellos” no existan y solo quedamos “nosotros”.

Tiene que ver con nuestro Plutón en Piscis…

Sí, con aquel núcleo que en nuestra primera nota -“Argentina 2017 (I): Afectivos, ilustrados, fascinados”– definimos como la patria fascinada.


Hay un encanto por el sacrificio. La fascinación de la entrega épica. Nuestro héroe nacional es “el Santo de la Espada”. Y San Martín era Sol en Piscis en XII, un piscis al cubo… (Risas). Ese recorte energético de la carta de Argentina es “un productor cinematográfico” que, ante algo que le resulta conmovedor, realiza una construcción de imágenes ideal que logra que los demás tomen por real. Esa construcción de imágenes encantadoras cumple la función de hacernos creer que somos sensibles a lo que está pasando, cuando, en realidad, es un narcótico que evita hacer contacto con la profundidad –terrible, oscura y amenazante- de lo que realmente ocurre.

Buscar ídolos para después voltearlos…

Ídolos, modelos o -en la actualidad diríamos- colectivos que encarnan un ideal épico, salvacionista, redentor. Y esto siempre nos expone al riesgo de la polarización, porque ese ídolo, ese modelo o ese colectivo encarna virtudes absolutas que deben ser sostenidas y que están enfrentadas a las del enemigo que representa todos los defectos. Es la lucha a muerte del bien con el mal.

Continúa en “Argentina 2017 (X): La rodilla de Macri (29, 58, 87)” de próxima publicación.




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jueves, 7 de diciembre de 2017

Argentina 2017 (VIII): La polarización entre encanto y eficiencia

Argentina 2017 (VIII): La polarización entre encanto y eficiencia

Alejandro Lodi

(Diciembre 2017)

(Viene de “Argentina 2017 (VII): La conciencia de la épica revolucionaria”) .

https://alejandrolodi.wordpress.com/2017/11/13/argentina-2017-vii-la-conciencia-de-la-epica-revolucionaria/)




Hemos visto que el tránsito de Urano sobre el Ascendente de Argentina en 1974 es sincrónico con hechos históricos (con el ritual colectivo del 1ro de mayo en la Plaza de mayo como símbolo) que marcan el surgimiento de una visión revolucionaria, su impacto en la vida política y la reacción conservadora. El presente tránsito por el Descendente (la cúspide de casa VII) desde 2017 permite evaluar la mitad del ciclo que dio inicio en aquellos hechos. ¿Qué evolución tuvo aquel espíritu revolucionario del comienzo de los `70 en nuestra comunidad?

Incluso, considerando que no fue solo un fenómeno local sino mundial, podríamos evaluar el recorrido que tuvo esa corriente de cambio en otras sociedades. En ese ejercicio quizás apreciemos que en Argentina la conciencia colectiva de esa generación -astrológicamente, la generación Plutón en Leo (1939-1956)- ha quedado fascinada con aquella épica revolucionaria, acaso sin profundizar en la tragedia arquetípica Urano-Saturno (el padre devorando a sus hijos, los hijos castrando a su padre), permaneciendo en la interpretación ideológica sin hacer contacto con la trama psíquica. Cristalizados en el encanto de un relato mítico, se resiste la evidencia de los hechos concretos. Replicando la visión del mundo que dio sentido a aquel idealismo juvenil, se evita dar cuenta de los cambios producidos en las sociedades o se persiste en traducirlos con categorías conceptuales anacrónicas.

El tránsito de Urano por el Descendente de Argentina -posterior al que en 2015 hiciera al Sol y a la Luna natales, en tiempos de las últimas elecciones presidenciales- representa un buen momento para preguntarse, por ejemplo, qué significa políticamente hoy definirse progresista o conservador, o que se entiende por izquierda o derecha. En 1974 parecía muy claro lo que esas categorías significaban y la suficiente masa crítica de la sociedad tomó posición. Hoy, en cambio, suenan a categorías fuera de época, forzadas, fantasmales, incapaces de registrar y contener de un modo significativo la conformación actual de la sociedad y los desafíos que se le presentan. Ante nuevos problemas y una situación mundial diferente, han surgido visiones que no encajan en aquellos modelos ideológicos. Nuestra sociedad del siglo XXI requiere organizarse con otras categorías y, sobre todo, con otras percepciones -renovadas, creativas- de la realidad.

Quiero proponerles que meditemos sobre la validez de la polaridad progresista-conservador (incluso, revolucionario-reaccionario) para dar cuenta de este momento histórico. Mi percepción es que esa polaridad ha perdido vigencia, no se corresponde con la realidad o, al menos, necesita ser resignificada: qué es hoy ser progresista o conservador, qué visión resulta revolucionaria o reaccionaria.

Quizás hoy -esa es mi hipótesis- esté en vigencia una nueva polaridad: encanto-eficiencia.

Por cierto, como en toda polaridad, su vivencia puede traducirse en una tensión excluyente en la que cada polo tiende a negar al otro. Es decir, la polaridad encanto-eficiencia también puede polarizarse: que el encanto implique la negación de la eficiencia y que la eficiencia implique la negación del encanto.

Desde mi punto de vista, creo que en 2015 se cierra un período histórico sostenido en un potente encanto, pero que termina mostrando una baja eficiencia. Y a partir del 2015 estamos en el proceso inverso: la pretensión de eficiencia con bajo encanto. Me parece muy visible la necesidad de ver encanto y eficiencia como una dinámica de polaridad antes que como polarización. En polaridad, el encanto necesita de eficiencia y la eficiencia necesita de encanto. Me parece que durante el ciclo político anterior se subestimó la eficiencia y que en el actual se subestima el encanto. Se trata de la polaridad Virgo-Piscis y de su polarización: que la épica encantadora no renuncie a la eficiencia, que el anhelo de eficiencia no renuncie a la épica. La épica eficiente, antes que la justificación de que “por épicos no resultamos eficientes”. La eficiencia épica, antes que la justificación de que “por eficientes desistimos de todo encanto”.

Pero, la eficiencia es opuesta al encanto…

Bueno, esa es la percepción polarizada. Pero creo que es evidente que se trata de dos polos en relación. No existe encanto sin eficiencia, ni eficiencia sin encanto. Quiero decir, cuando la visión del encanto es poco eficiente pierde su encanto y es muy difícil que subsista; del mismo modo, si la pretensión de eficiencia resulta absolutamente desencantadora pierde eficiencia y no tiene chances de sostenerse.

De acuerdo con la carta de Argentina, nos gusta mucho más el encanto que laeficiencia…

Es posible. Pero tengamos en cuenta el sentido positivo del encanto. Podemos trasladarlo a una relación amorosa. Un vínculo de pareja tiene que tener cierto encanto y eficiencia. Si es puro encanto, no sobrevive al primer fin de semana juntos… (Risas). Pero si es sólo sentido de realidad eficiente no hay posibilidades de atracción ni de deseo.

Por supuesto, la polaridad progresismo-conservadurismo es inherente no solo a las visiones políticas, sino a toda manifestación de la vida. El punto es si esas visiones evolucionan o se cristalizan, si la necesidad de sostener creencias (porque hice identidad personal en ellas) prevalece sobre la percepción de los hechos.

Ya sea desde el progresismo o el conservadurismo, cuando una percepción de la realidad se organiza en ideas que permanecen cristalizadas se torna inoperante. Desde la rigidez del dogma, las ideas congestionan la circulación perceptiva, obstaculizan la capacidad de la conciencia colectiva para adaptarse de un modo creativo a nuevas circunstancias históricas, ya sean económicas, sociales o culturales. Desde el encanto del dogma no se ve la realidad, no se responde a los hechos sino que se reacciona a ellos forzándolos a que coincidan con las categorías que impone el relato convertido en verdad absoluta. El dogma -ideológico, religioso, espiritual- se apropia de la realidad y distorsiona la percepción. Y esto ocurre desde visiones progresistas o conservadoras, de izquierda o de derecha.

Visto de este modo, lo patológico no es propiedad de la posición progresista o conservadora, de izquierda o de derecha. La patología es la cristalización, la rigidez de las posiciones. Y en esa patología toda posición se torna reaccionaria. Se puede ser reaccionario de izquierda o de derecha, reaccionario progresista o conservador. La pesadilla no está en lo que dicen las ideas, sino en su dogmatización. Progresismo y conservadurismo, izquierda y derecha, son polos de una dinámica vital, virtuosa, creativa y necesaria. Esos polos no encarnan valores morales absolutos, sino que simbolizan relación: posiciones en vínculo. No puede existir uno sin el otro, la existencia de uno da entidad al otro. La polarización es, en verdad, una ilusión. La conciencia de dinámica de polaridad disuelve la fantasía de polarización. La verdad no es propiedad de un polo. La verdad no se fija en una posición. La verdad circula incesante y nunca termina de darse a conocer.

No podemos reducir la realidad que el presente abre a nuestra percepción al diseño ideológico del mundo que creíamos eficiente hace 50 años. En ese intento generamos distorsión de los hechos actuales y generamos una reacción patológica: negamos los hechos porque no coinciden con nuestro dogma encantador, necesitamos ver una realidad antes que responder a ella, creamos una realidad lesionando lo que percibimos. Ya sea desde la posición progresista o conservadora, nuestras acciones cristalizadas en los diseños ideológicos del pasado resultan reaccionarias antes que creativas. El dogma -progresista o conservador- apresa nuestra percepción, condiciona lo que vemos, inhibe nuestra libertad perceptiva (de un modo inconsciente, con inocencia; de un modo consciente, con perversión). Liberados de dogmas surge la oportuna creatividad, ya se trate de posiciones de izquierda o derecha, progresistas o conservadoras.



Una revolución vincular

Liberarnos de la cristalización en posiciones progresistas y conservadoras, de izquierda y derecha, resultaría una auténtica revolución vincular, muy de la mano con el tránsito de Urano al Descendente y, por oposición, a Júpiter natal. Permitiría algo fundamental: descubrir propósitos comunes a ambas posiciones, aspiraciones integradoras capaces de reunir encanto épico y eficiencia, sin renunciar a los matices y sin ceder a la hegemonía de un polo. La experiencia vincular de una visión común de cuáles son los problemas urgentes, el reconocimiento de los desafíos a los que está expuesta toda la comunidad, bajo la evidencia de que el celo por la propia posición política y la exclusión del otro en tanto “enemigo” agrava los problemas y agiganta los desafíos. No se trata de una integración por “ideal de bondad”, sino por concreta y material supervivencia.

Es muy interesante considerar lo que el gobierno de Macri se ha propuesto como las tres directrices o los tres propósitos de su gestión.

De su gestión o de “sugestión”… (Risas).

Bueno, “ambas cosas pueden ser ciertas”… (Risas).

Recordemos:
  • Pobreza cero.
  • .Lucha contra la corrupción.
  • .Unión de los argentinos.
Los tres temas que se propuso el presidente como directriz de su gobierno. No propongo discutir la sinceridad en plantear estos temas. No tengo por qué dudar de las buenas intenciones. Parece evidente que la pobreza se ha reconocido, pero sin que aun sea apreciable su reversión. Es más visible un avance respecto a cierta corrupción estructural -por ejemplo, ligada a la obra pública- que se ha detenido o, al menos, entrado en “estado de latencia”, como también en la acción contra el narcotráfico y la venalidad policial, al punto que la gobernadora de Buenos Aires deba vivir con su familia en un destacamento militar para preservar su seguridad. Y, finalmente, respecto a la unión de los argentinos no podríamos afirmar que la polarización se haya disuelto, ni podemos estar seguros de que no siga siendo estimulada para convocar adhesión.

Seguimos creyendo que es la única manera de ganar las elecciones. Si no polarizo, no gano…

El encanto de la polarización sigue muy vigente. Es muy efectivo a corto plazo, pero se convierte en una trampa que destruye futuro.

Pero no les propongo detenernos en la evaluación de aciertos o errores del actual gobierno respecto a aquellos tres propósitos, sino atender a la evidencia de que pobreza cero, lucha contra la corrupción y unión de los argentinos no pueden ser la conquista de una facción, ni el logro de una fuerza política. No existe ninguna posibilidad de que esas aspiraciones se hagan realidad si no es a partir de una convergencia de fuerzas. Reducir la pobreza, la corrupción y la hostilidad autodestructiva entre los argentinos demanda ser capaces de superar prejuicios o proyectos personales y alcanzar los acuerdos más amplios. Es una tarea titánica que requiere comprometer a todas “las buenas voluntades”, convocar al talento de la mayor cantidad posible de miembros de la comunidad, con el único límite (más allá, es obvio, de los que se autoexcluyan de tal concordancia) de que su amplitud de matices no bloquee y frustre la eficiencia de su ejecución .

La percepción de este imperativo de convergencia y acuerdo -en respecto de las diferencias y sin imposición hegemónica de una facción- sería una verdadera revolución vincular en sintonía a lo que Urano en tránsito por la casa VII de Argentina anuncia.

Para que sea así debería provenir del alma de la sociedad…

Sí. Debería ser efecto de un movimiento en el inconsciente colectivo de nuestra sociedad. Por eso digo que, con este tránsito, lo revolucionario en el modo de vincularnos sería reconocer al otro como parte fundamental del logro de esas aspiraciones, en tanto percibamos que también las comparte con nosotros, más allá de diferencias de ideas, modos o gustos. Liberarnos de los prejuicios desde los que juzgamos y negamos al otro, asumir la necesidad de un acuerdo si realmente queremos afrontar con éxito los desafíos que se presentan en este momento histórico, y reconocer al otro con todos los defectos y limitaciones que tiene.

También es asumir el hecho contundente de que si no hacemos esto es porque entonces realmente no nos interesa eliminar la pobreza, la corrupción ni la división entre argentinos…

Y ahí vamos a otro golpazo con la realidad…

Ya tendríamos que saber que con esos golpazos terminamos siendo susceptibles al encanto redentor de un nuevo líder providencial.

La democracia actual surgió en polarización con los militares, en los que pusimos todo el mal y que también son expresión de nuestra comunidad. Despertamos a los valores democráticos desde una polarización…

Con Plutón en tránsito por la cúspide de la casa IV de Argentina en 2016-2017 estamos asistiendo a la polarización constitutiva de la democracia que nació cuando Plutón cruzó el Ascendente en 1982. El ciclo de Plutón es el ciclo de nuestra democracia.

Para nosotros es muy tentador polarizar. Que los logros sean de una facción que encarna el bien en lucha contra otra que encarna el mal. Facciones políticas, de ideas, de clase, de raza, de religión. Que los méritos sean de nuestro líder adorado, gracias a haber derrotado a sus enemigos. Por eso, es crucial ser conscientes de que si una facción pretende eso es casi predecible el fracaso. El encanto de la polarización es muy poco eficiente.

Otro colapso, otro golpe con la realidad…

El hámster en la ruedita… También es la evidencia de que nuestras comprensiones en los procesos individuales no se corresponden con la lentitud desesperante que muestran los procesos colectivos. A escala individual la conciencia no progresa con gran rapidez, pero los procesos colectivos son “de carreta”. La sensación de estar repitiendo en lo colectivo es muy frustrante. Y es lo más habitual.

(Continúa en “Argentina 2017 (IX): Del anhelo de justicia al compromiso de sanación”).



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