lunes, 9 de junio de 2014

La astrología como ciencia oculta - Sexta Conferencia


OSKAR ADLER

LA ASTROLOGÍA COMO CIENCIA OCULTA

Sexta Conferencia 


Cuando veo tus cielos, obras de tus dedos, la 
Luna y las estrellas que tu formaste: 
Digo: ¿Qué es el hombre, para que tengas 
de el memoria, y el hijo del hombre, que lo 
visites? 

Salmo Octavo 


El hombre vive lo eterno, lo temporal y lo individual en la mezcla peculiar de su constelación de nacimiento, tal y como esta se presenta vista desde la perspectiva terráquea; luego el hombre va aprendiendo paulatinamente a separar los tres elementos, aprende a distinguir que es lo que de su naturaleza pertenece a la eternidad, que a la temporalidad y que a la Tierra. 
¿Qué significa el nacimiento de un ser humano sobre esta Tierra dentro del curso de los tiempos, y que en la vida cósmica?. 
Ya hemos dicho con anterioridad que, en la vida cósmica, la Tierra es un ser humano, como en la vida del ser humano, un pensamiento que brota en un determinado momento es un miembro transitorio, relacionado con su vida psíquico-mental. 
El momento del nacimiento de un hombre corresponde en la vida pensante de la Tierra al proceso de la vida mental del hombre por el cual este llega a expresar dicho pensamiento, el pensamiento que hasta entonces llevara solo dentro de la cabeza, o a convertir en hecho el propósito que viviera y obrara dentro de el durante cierto tiempo, confiriéndole de esta manera realidad. Del mismo modo en que, por ejemplo, una palabra expresada halla el camino al pensamiento de los otros seres humanos. El ser humano que acaba de nacer pasa a una relación independiente con los planetas hermanos de la Tierra, y por medio de estos, con la tonalidad del cielo astral. El comienzo de dicho intercambio se expresa por el primer aliento; ha empezado la sumersión en el ritmo cósmico de la vida. Tiene que nacer puntualmente, en el momento adecuado, en el momento en que allá afuera llenen una necesidad. 
En calidad de tono adecuado a dicha sinfonía, en el momento en que los impulsos futuros que le están al hombre deparados tocan la fase de su pasado para afinarla. Cada uno de nosotros trae consigo algo de este pasado, algo que debemos considerar como herencia de esta serie de antepasados. Una heredad proveniente de un pasado histórico remotisimo que confluye en el cuerpo y en sus disposiciones, tal y como el hombre las encuentra al nacer. 
Y este pasado del hombre halla su correspondencia en la constelación del momento de su nacimiento. Las constelaciones que se unen en el levantamiento de su horóscopo, han 
llegado a través de peregrinaciones de siglos, milenarios, millones de años, por los espacios, al lugar en que se encuentra “el día que te dio a este mundo... haciendo posible con su vida el que tu aparecieras sobre la Tierra. 
Un singular sentimiento, lleno de contradicciones que, por un lado, lo pondrá frente a la idea de la importancia de su existencia, mientras que, por otro lado, le expondrá la insignificancia de tal existencia, en su calidad de fase perecedera del curso cósmico, del 
discurrir del universo que irá mas allá que el, que concluirá por ignorarlo, como si jamas hubiese existido o como si, en el mejor de los casos, hubiese llegado a ser miembro de una serie de antepasados de futuros herederos abocados a la misma ilusoria situación que el. 
¿No determina el horóscopo de antemano, inexorablemente, la obligación de aceptarlo todo, todo suceso, todo pensamiento, todo sentimiento, y aun toda acción, siendo, pues, yo 
mismo nada más que un esclavo indefenso de tal inexorable exigencia, un esclavo cuya sabiduría máxima no puede residir mas, que en aceptar todo esto?. ¿Queda, al cabo de todas 
estas exigencias, algo así como un resto de libertad para mi?. 
Tengamos en claro la diferenciacion que se hace entre el “hombre” y “el hijo del hombre”. 
Esta diferenciación nos dará una especie de clave para responder a las preguntas que nos hemos formulado. 
El hombre aparece a la vida terrestre como el hijo del hombre. Pero el hombre que nace aquí como hijo del hombre, que nace de una madre, alterna arquetipicamente con los millones de hombres dentro de la eterna idea de “ser humano”, de Adán, de primer hombre, cuyo arquetipo es el zodiaco. De manera que el nacimiento terrestre no nos revela de ningún modo su verdadero origen. ¿Y que nos revela entonces?. Nos revela el estado maduro del embrión de Dios llamado “hombre” en la fase estelar en que, liberado del seno 
de la Tierra, es dado a luz. 
La Tierra no ha alcanzado a liberarlo del todo, el ser humano no es “total”, aun no ha nacido por ultima vez; las radiaciones provenientes del cosmos que se encuentran bajo el horizonte tienen primeramente que atravesar la Tierra antes de llegar a el, tienen, en cierta medida, que filtrarse por la Tierra antes de alcanzar al ser humano nacido en ella. 
¿Cuál es el sentido de este proceso de filtración, cual es el sentido profundo de este blindaje que aísla al hombre de la parte subterránea del cielo? 
Lo que impide que las radiaciones de este cielo subterráneo llegan libremente al hombre es la “prehistoria, la pesadez que le impone lo hereditario de lo terrestre. Se situa con respecto a 
las influencias de este cielo como un filtro que solo deja pasar lo que corresponda al propio color de ese filtro. 
A su vez, las radiaciones emitidas por las regiones celestes situadas por “encima del horizonte, caen libremente sobre el ser humano, le traen todo lo que no se halla influido, turbado por aquel filtro del pasado, todo aquello que no tiene nada que ver con “el hijo de 
la tierra”, sino con aquella parte de nosotros que no pertenece a la Tierra. Lo que esta debajo del horizonte toca la parte nocturna de nuestro ser; lo que esta encima toca la parte diurna . 
El hombre se ve abocado al deber de conectar, por medio de su vida, el arriba y el abajo, conexión que nada mas que el, en su calidad de elegido de los astros, puede establecer; se 
ve abocado a la misión de llevar adelante, de hacer avanzar por la huella, por medio de la breve extensión de tiempo que constituye su vida la ontogénesis del embrión de Dios llamado hombre, colaborando de este modo en “su” medida, en su escala de ser humano, en la obra de la revelación del mundo. Y, por mas pequeño que pueda parecer, este trabajo solo el lo puede realizar. Ni la Tierra ni el cielo lo pueden realizar. En este trabajo radica el 
mensaje, la importancia del ser humano. 
Sabemos por nuestras investigaciones anteriores que el símbolo de la luna fue utilizado para caracterizar la fase nocturna, la fase del pasado, frente al símbolo del sol, que fue utilizado para caracterizar la fase diurna, activa, orientada hacia el futuro. Y con esto, la luz 
del mundo cobra de pronto otro significado. La conquista de aquello que nuestro yo verdadero eleva por sobre aquello otro que no es transmitido por la herencia, a saber: la liberación de aquella mitad esencial que no nació de mujer, que no es hijo del hombre, sino hijo de Dios. 
Para que ese núcleo heliotico o núcleo solar se desligue de aquello que en nosotros es lunar hace falta el trabajo del acto nupcial constantemente renovado entre aquello que afluye al hombre de la órbita del día y aquello que le afluye de la órbita de la noche. En el lenguaje de los místicos, este acercamiento por medios propios se llama el segundo nacimiento del hombre sobre la Tierra, nacimiento por el cual este se libera del pasado, barriendo las 
escorias hereditarias para conquistar la libertad, hasta que el Adan celeste, para decirlo con términos de la biblia, sea restablecido. 
Y con esto planteamos unos de los problemas mas importantes de la astrología: el del sentido del horóscopo. El horóscopo representa la misión de la vida del hombre en el aludido camino de la transformación del hijo de la Tierra haciéndole avanzar un paso hacia el espejo del cosmos, libre de escorias hereditarias, de manera que el ser humano cumpla con su mencionada misión cósmica. 
Cultivar el agro, la agricultura, es agere, es hacer: la actividad arquetipica del ser humano es la de agere, la de hacer, la de trabajar en aquella parte de su naturaleza que representa su 
heredad terrestre, la de cultivar con la acción consciente. Ese fruto de aquello que solo puede ser arrancado a la Tierra por medio del agere, del bien de la cosecha, el fruto del agere – el ego -, el Yo, nacido de nuevo en el hombre por la labor consciente, su propio Yo. La luna esta la simiente entregada al hombre, el sol es el Yo salido a la luz. 
Volvamos ahora a la pregunta que hoy se nos impuso en toda su dimensión trágica: ante el cielo estrellado, ante la inmensidad del cosmos ¿soy yo insignificante o importante?. 
Todo artista sabe que esto no basta, sabe que solo al realizar la obra (expresándola), al convertirse la obra en el peldaño que le permita a su creador subir a mayor altura, cumple con la deuda de vocación que hasta entonces debía al espíritu del su siglo. 
Lo mismo ocurre con la Tierra; cuando esta libera el pensamiento que una vez expresado se llama hombre, cuando lo da de su seno, ha dado un paso adelante por el camino de su propia perfección. Del mismo modo en que el pensamiento liberado del cerebro humano se convierte en algo que vuelve al ser humano, sea para inhibirlo o sea para estimularlo, también el hombre que la Tierra libero de su seno regresa a la Tierra, insuflándole nuevas fuerzas, inhibitorias o estimulantes. 
Es así que el hombre, en tanto trabaja en su propia evolución, colabora a la vez en la evolución de la Tierra; el grado en que acierte a colaborar determina a su vez el grado de su propia importancia como ser humano, determina la medida de su libertad. 
La antigüedad jamas dudo acerca del hecho de la libre condición de la voluntad humana. 
No había contradicción entre la convicción de la libertad interior de la voluntad , por un lado, y la inexorabilidad del destino por otro lado. 
Fue la edad media la que desplazo el centro de gravedad de toda la experiencia, situándolo en el mundo psíquico, interior con lo cual, se encontró con el problema de la libertad en toda su tremenda fuerza; el peso inamovible ya no era la tremenda roca de allá afuera, sino la tremenda roca de adentro, incoercible, la carga hereditaria, el pecado original, la carga del destino. Por lo tanto, el pensamiento medieval tenia que negar la libertad del hombre. 
Estudiemos brevemente el camino de su liberación, que también caracterizamos de segundo nacimiento, ese arduo camino hacia el esclarecimiento paulatino de la región lunar, hasta que, consumido por el fuego del sol encendido en su interior, todo lo que fuera oscuro estalla en luminosidad y la envoltura terrestre se hace transparente. Se describen tres caminos: el camino del tonto: Piensa sobre la tierra, piensa es mía la tierra, porque no la conoce. El camino del que lucha por su superación: No piensa en la tierra, ni se alegra de la tierra porque no quiere conocerla. El camino del sabio: se ha desligado de la Tierra. 
El camino del tonto es el de vivir tierra, el de desahogar únicamente lo que corresponde a la parte nocturna de su ser; tiene que sufrir siempre de nuevo el mismo dolor, para aprender, en virtud de la progresión de este dolor, a defenderse, para reconocer el punto vulnerable de  su naturaleza. Y cuando ha llegado ese momento, estamos en condiciones de abandonar el 
camino del tonto. 
Allí empieza el camino de la lucha por la liberación. Ya deja de sernos posible continuar con la misma ingenuidad del camino del tonto. Pues es entonces que sabemos que aquel calvario de nuestro destino solo podrá cambiar si nos ponemos a luchar con nosotros 
mismos, esto es, en cuanto comenzamos a darnos cuenta de nuestro “otro” origen. 
Y en el momento en que este recuerdo se inmiscuye en la conciencia, en forma de presentimiento, comienza a actuar nuestra liberación. Bastara que llegue dicho momento para que invariablemente notemos algo curioso: el destino exterior comienza a transformarse. El destino comienza a galopar. 
Pero volviendo a la perpectiva del que lucha y mirando desde ella nuestro estado anterior, reconocemos con total evidencia que aquello que antes consideramos nuestra voluntad no era tal voluntad nuestra. “Si la piedra arrojada tuviese conciencia, creería que estaría volando porque quiere”, dice Spinoza, caracterizando este tipo de voluntad. La libertad terrestre no es mas que la lucha por la liberación de los lazos del pasado, y tampoco el libre 
albedrío es mas que el esfuerzo por hacer desembocar nuestra voluntad temporal en la voluntad invariable o ley suprema: “la ley moral sobre mi y en mi”. Llamemosla la voluntad de Dios.


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