Pertinencias astrológicas sobre Argentina (I):
Pobreza, corrupción y drogas
Alejandro Lodi
(Diciembre 2016)
La mirada astrológica es cíclica. Antes que imágenes estáticas, la astrología ve procesos, despliegues en el tiempo. Propone reconocer de dónde se viene e intuir hacia dónde se va. No puede ocurrir cualquier cosa en cualquier momento. El tiempo tiene cualidad. Cada cosa que ocurre está en el contexto ordenado de un ciclo, es fase de un proceso de desarrollo. Apreciar las cualidades de cada momento permite entrar en sintonía con un orden, descubrir una dirección y un sentido, y, por lo tanto, economizar energía y madurar. Ese es el arte de la astrología. Y el tesoro que aporta a la vida humana desde hace miles de años.
Técnicamente, el fenómeno astrológico es el siguiente: Plutón transita la cúspide de la casa IV de Argentina. Esto abre dos significados principales:
* Queda en evidencia las formas en que se ha organizado el poder desde 1983 (momento en que Plutón inició su ciclo al cruzar el Ascendente).
* Brota lo temido, reprimido y negado de nuestro pasado, de nuestra memoria. Es la emergencia de la sombra colectiva en nuestra vida doméstica. Lo oculto de nuestra intimidad familiar. El horror existente en la vida cotidiana del pueblo. Todo esto obliga a transformar nuestros hábitos de comunidad más tóxicos o de cristalizarlos a riesgo de severa (y acaso irreversible) patología. La evidencia dolorosa implica asumir una crisis de curación, una oportunidad de ir profundo, a la fuente misma de nuestro sufrimiento, para emerger fortalecidos, pero también puede provocar el miedo, la resistencia a ser transformados.
Llega aquí el momento de “la interpretación del autor”. Y vale detenerse en una observación. Nuestra percepción de la realidad está condicionada por nuestros supuestos inconscientes. Esa subjetividad es inevitable. Y es honesto reconocerlo al momento de utilizar la astrología para analizar una vida humana -o una sociedad humana- y exponer nuestras conclusiones. Asumiendo ese límite perceptivo, la actitud del investigador es confiar en abrir la realidad con la astrología para descubrir qué nos dice, dispuesto a sorprenderse antes que a confirmarse.
Pero otra cosa es el uso tendencioso de los hechos objetivos, la negación deliberada de algunos de ellos, la alteración consciente de sus significados, para justificar nuestra opinión personal de las cosas o para que triunfe una posición política específica. Ya no se trata aquí de supuestos inconscientes, sino de ideas, conceptos y valores a los que nuestra identidad permanece conscientemente adherida por comodidad o miedo. Aquí el investigador se escuda en que “todos estamos condicionados” para, de este modo, adquirir impunidad, cerrar el potencial de significado de la astrología hasta “hacerle decir” que la realidad es lo que él mismo necesita que sea, confirmando sus prejuicios y bloqueando toda sorpresa.
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Las evidencias del caso
La situación de la sociedad argentina al 2017 deja en evidencia que el orden político y social (democrático y republicano) iniciado en 1983 ha definido una forma que contiene (seguramente entre muchas otras) tres características incómodas y dolorosas:
1) Pobreza estructural.
2) Corrupción estructural (política, judicial y policial).
3) Ingreso y desarrollo del narcotráfico.
Existe necesariamente una íntima relación entre las tres. La expansión del negocio del narcotráfico se abastece de la pobreza y de la corrupción de las instituciones del Estado. Tanto para estimular el consumo como para favorecer la logística operativa. No es posible avanzar en la erradicación del narcotráfico o en la modificación de los hábitos de consumo sin reducir la pobreza y corrupción estructurales.
El carácter “estructural” de la pobreza y la corrupción significa que no se trata de un fenómeno circunstancial o contingente, sino que se ha consolidado con el paso del tiempo, generando una cultura. No se trata de un problema que un gobierno pueda corregir con planes virtuosos o buenos funcionarios, sino de un hábito perdurable cuya reversión implica un compromiso a largo plazo de todas las fuerzas políticas con responsabilidad de administración (las tan invocadas -y siempre eludidas- políticas de Estado). Se trata de modos de vínculo regresivos y tóxicos, cristalizaciones de injusticias y de diferencias excluyentes instaladas como cultura.
La pobreza, la corrupción y las drogas constituyen una estructura patológica naturalizada. Esa estructura es recurrentemente alimentada por planes sistemáticos (es decir, por intenciones deliberadas) destinados a mantener el estado de cosas antes que a modificarlo. Estos genera dos clases de funcionarios: los que toleran la existencia de pobreza, corrupción y drogas porque quieren participar (y, en muchos casos, honestamente mejorar) de la estructura del Estado “y por ahora esos tres temas no pueden modificarse”, y los que forman parte activa y consciente de aquellos planes sistemáticos que desde los poderes del Estado reproducen pobreza, corrupción y drogas.
Se trata de una auténtica sombra, una horrorosa contradicción, del proceso democrático iniciado en 1983. Un daño agravado en los últimos 35 años, generado en tiempos de Estado de derecho y elecciones libres. Es lo que duele ver o, por eso mismo, lo que no puede ser visto. La oscuridad negada. Negación y ocultamiento de la pobreza. Negación y ocultamiento de la corrupción. Negación y ocultamiento del narcotráfico. Pobreza, corrupción y drogas generan víctimas: los ignorados, los crímenes que no se investigan, lo que “debe ser” olvido. Los nuevos desaparecidos.
Desde 1983 todas las agrupaciones políticas han gobernado (o lo están haciendo). Todos han tenido su momento de poder. Por lo tanto, nadie tiene la autoridad moral para verse a sí mismo como la solución a nuestros conflictos; mucho menos para sentirse ajeno al problema y señalar con el dedo a un dirigente o a una facción como “chivo expiatorio”. La autocrítica es trasversal. La crisis es sistémica. Nuestra patología es estructural.
Todas las facciones políticas han tenido la oportunidad de gobernar. Ninguna logró revertir la situación. Todos dejaron víctimas. Todos resultaron ineficientes. Ninguna encarnó el bien absoluto. Todas las personas que asumieron compromisos de administración pública tuvieron luces y sombras. Tuvieron buenas intenciones y, no obstante, contribuyeron a agravar la pobreza, la corrupción y el narcotráfico. Todas merecen respeto, pero ninguna veneración. Todos merecen ser considerados como individuos humanos falibles. Quizás este momento de nuestra historia represente una buena oportunidad para comenzar a asociar la grandeza de las personalidades políticas con su capacidad de no mostrarse imprescindibles.
El proceso histórico como la revelación de una conciencia colectiva que madura a partir de los fallidos de individuos bien intencionados (todo líder político tiene su ideal de país). La conciencia colectiva descubriendo una identidad a partir de errores precedentes, desidentificándose de encantos del pasado para madurar a respuestas creativas en el presente, disolviendo adoraciones y victimizaciones para asumir la responsabilidad de construir una comunidad en diversidad capaz de abordar desafíos severos, graves y dramáticos.
Aprender Libra (al fin y al cabo, a eso nos invita nuestro Ascendente) es aprender a confiar en el vínculo con otro que es diferente a mí, sin ingenuidad y sin exigencias. Aprender Libra es descubrir que sólo con otro es que podemos transformar nuestra vida.
(Continúa en “Pertinencias astrológicas sobre Argentina (II): El espanto del discernimiento”).
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Pertinencias astrológicas sobre Argentina (II):
El espanto del discernimiento
Alejandro Lodi
(Diciembre 2016)
Foto: Verónica Romanenghi / Arte: Lola Uncal
(Viene de “Pertinencias astrológicas (I): Pobreza, corrupción y drogas”).
En la experiencia de una vida personal, el contexto del tránsito de Plutón a Luna (y Casa IV) natal es propicio para iniciar un profundo e intenso proceso terapéutico. En ese ritual de cura y transformación se suspenden las opiniones respecto a sí mismo, las posiciones fijas y, sobre todo, la necesidad de tener “todo bajo control”. En ese ritual nos convocamos a no ignorar, a reconocer, a ser conscientes. A ver lo hasta ahora temido, negado, reprimido, censurado, desconocido de sí mismo y de la historia familiar. La memoria dolorosa y, por eso, oculta.
Cuando Plutón transita la Luna natal anuncia la necesidad de que nuestros mecanismos de defensa (negación, represión, proyección, etc.) “salten por los aires” y quede al descubierto nuestra oscuridad emocional. Los mecanismos de defensa dan cierta paz, mientras que el discernimiento consciente intranquiliza y conmueve. Ver en uno mismo a los monstruos proyectados en los demás da náusea. La evidencia de la sombra genera espanto. El vómito del insight. Es el rey Edipo quitándose los ojos ante la verdad horrible. Las tinieblas de lo no sabido.
Esa posibilidad de transformación emocional, de reconocimiento íntimo y de liberación de miedos, representa el momento más delicado y rico de un proceso terapéutico. Pero también es el tiempo de la manifestación de la resistencia, la reacción autodestructiva y la cristalización de los mecanismos de defensa, a riesgo ya de patología psíquica.
Lo mismo ocurre con una entidad colectiva (ése es, al menos, mi supuesto). Por ejemplo, una sociedad nacional, un país. Por ejemplo, la Argentina.
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Un tránsito excepcional
La Argentina tiene este tránsito de Plutón en conjunción a la Luna natal entre 2016 y 2019 (en forma exacta entre 2017 y 2018). Un tránsito excepcional: por conjunción, el primero en su historia de 200 años.
Imaginemos que nuestra sociedad argentina fuera a terapia. ¿Qué sería lo ignorado, lo negado, lo desconocido? ¿Quiénes serían los ignorados, los negados, los desconocidos? ¿Cuál sería la verdad horrible, el espanto que se ha preferido negar?
Muerte del fiscal Nisman. Muertos de Embajada de Israel. Muertos de AMIA (baldes con restos humanos congelados son descubiertos en dependencias policiales 22 años después). Muertos por adicción. Muertos por denunciar al narcotráfico (Norma Bustos, cura Juan Viroche). Muertos por desnutrición (Oscar Sánchez). Muertos por el uso político de la pobreza (Ariel Velazquez). Muertos en distintas formas de trata y abuso de personas. Todos reunidos en ser víctimas de diversas formas de mafias. Niños ladrones que matan. Niños que matan a ladrones. Mujeres abusadas y asesinadas. La violencia doméstica. La pesadilla adentro de casa.
Profundizando este (incompleto) listado se revela una verdad que no nos permite continuar refugiados en nuestras ideologías encantadas, una evidencia que nos exilia de los afectivizados credos del pasado.
Hoy los datos oficiales de la pobreza se han sincerado: uno de cada tres de nosotros. ¿Podemos imaginar la cantidad de testimonios que reuniría un registro oficial de víctimas del narcotráfico? ¿O el efecto cataclísmico de una política contra la corrupción que incluyera la figura -controvertida y efectiva- del “arrepentido”? La pregunta es si la estructura institucional de nuestra democracia podría contener y sostener el efecto de esas convocatorias. Y, a su vez, si existe posibilidad de madurez democrática sin asumir esa realidad de pobreza, corrupción y narcotráfico. Un auténtico doble vínculo. Un tema institucional y emocional (la magia de la correspondencia).
Esta realidad dolorosa genera víctimas sin nombre y muertos sin justicia. El primer paso para honrar a los muertos y al dolor es sincerar qué ha ocurrido con ellos. Saber la verdad. Esta es la actual violación de derechos humanos (DDHH), distinta a la que caracterizó la del los ’70.
Algunos de los dirigentes más notorios de DDHH responden al patrón ideológico que se corresponde con la situación del mundo de la guerra fría. El encanto ideológico de quienes fueron jóvenes idealistas en los ’60 y ’70. La generación de Plutón en Leo. Es urgente y necesario poner en consideración si la forma de comprender la política, la situación social y la situación del mundo propia de los ’70 es efectiva y funcional para comprender la realidad del siglo XXI y de la sociedad argentina de los últimos 30 años. Acaso el idealismo progresista de los ’70 resulte regresivo para responder el desafío que plantea la pobreza, la corrupción y el narcotráfico instalados como cultura en nuestra democracia. Aquella visión parece hablar de otra realidad, con el riesgo de disociación patológica. Cuando las consignas políticas se tornan anacrónicas y no pueden dar cuenta de la realidad presente se genera una voluntad militante nostálgica que pugna por distorsionar la realidad para que coincida (aun) con aquellas visiones inspiradoras en el pasado. En lugar de recrear, repiten. En vez de convocar, rechazan.
No se trata de cuestionar lo realizado en DDHH (ceder al hechizo de la polarización sería, en este punto, trágico), sino de recuperar vitalidad y sumar registro de una nueva calidad de demandas y también de deudas que aun se mantienen con el pasado. Atrevernos a la empatía con discernimiento, a ser sensibles al dolor que existe en nuestra sociedad y en nuestra historia con conciencia de nuestra participación y responsabilidad. Liberar a nuestra capacidad compasiva del cepo ideológico, de la necesidad de ajustar ese don a la conveniencia de posiciones políticas de facciones. Darnos cuenta de que, en la seguridad de nuestras ideologías, hemos acumulado deuda humanitaria. Se trata de animarnos a ampliar nuestro compromiso consciente con los derechos humanitarios más esenciales e impedirnos justificaciones, negaciones o indiferencias a sus violaciones. Y es bastante claro que este desafío excede el encuadre de las ideologías, porque involucra una íntima introspección, observar el propio corazón y dejar en silencio las argumentaciones del intelecto sagaz. Excede las ideas porque involucra al espíritu.
En ese sentido, la excitación vital de los últimos 12 años -encarnada en el relato histórico épico, la misión redentora de una facción esclarecida, la polarización política, el culto a la personalidad de los líderes- tiene por sentido el agotamiento de una creencia: la de contener (y comprender) las dificultades y desafíos del presente con la visión y los ideales del pasado, de pretender que la sociedad de hoy confirme y responda a los supuestos ideológicos del ayer en los que toda una generación hizo identidad, la expectativa de que el cambio transformador de la situación social surja de la voluntad de un líder providencial y mesiánico.
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Las prolijas tempestades
El anterior tránsito (por cuadratura exacta) de Plutón a la Luna natal de Argentina ocurrió entre 1979 y 1980. Y el anterior (por oposición) entre 1929 y 1931.
En 1930 se produce la primera ruptura del orden constitucional, el primer golpe de Estado desde 1853. La casta militar encarna los valores de la Nación y se convierte en un poder político que está más allá de los límites de la Constitución. Entre 1977 y 1981, sale a la luz -de un modo incontenible e irreversible- la sombra de “la moral nacionalista y patriótica” imperante desde 1930: el desprecio por la vida, el autoritarismo represivo, la persecución moral, el hechizo de élite que encarna los valores de la Patria… Surge allí el movimiento de DDHH y la revalorización de la democracia.
Hoy, en el contexto del siguiente tránsito (por conjunción) de Plutón a la Luna natal, emerge la sombra de “la moral democrática y revolucionaria” que hemos desarrollado a lo largo de la historia: el encanto de generar enemigos, la justificación de la prepotencia y la violencia, la posesión absoluta de la verdad, la incapacidad de construir con otros…
En 1979-1980, con Plutón a la Luna se hace visible la verdad oculta del “idealismo de derecha”. En 2017-2018, con Plutón a la Luna se hace evidente lo negado del “idealismo de izquierda”. Al parecer, Plutón a la Luna señala el tiempo de hacer consciente la sombra de nuestras posiciones fijas, la sombra de nuestra “necesidad afectiva de creer” en determinadas ideas o personas, la sombra de permanecer replegados en identificaciones cerradas. Un momento propicio para transformar prejuicios ideológicos, modos de encerrar nuestras percepciones en categorías rígidas, liberarnos de esos encasillamientos dogmáticos y abrirnos a visiones más amplias, comprensivas y creativas. Un tiempo de madurar nuestra excitación adolescente y tomar responsabilidad adulta de nuestros actos, opiniones y posiciones, sin autoridades morales que brinden garantías. Un momento de madurez emocional colectiva a partir de perder inocencia e ingenuidad.
¿Qué sociedad democrática puede construirse a partir de la disolución de ese imaginario regresivo? ¿Qué nuevo tipo de relaciones sociales pueden germinar a partir de ese salto de madurez?
(Continúa en “Pertinencias astrológicas (III): El musguito en la piedra”).
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Pertinencias astrológicas sobre Argentina (III):
El musguito en la piedra
Alejandro Lodi
(Diciembre 2016)
(Viene de “Pertinencias astrológicas (II): El espanto del discernimiento”)..
“…Era la mano de Edward Hyde. Me quedé mirándola al menos medio minuto, estupefacto por la sorpresa, antes de que el terror me explotase en el pecho con el estruendo de un golpe de platillos en una orquesta. Me levanté de la cama, corrí al espejo, la evidencia me heló: sí, me había dormido Jekyll y me había despertado Hyde…”.
Robert Louis Stevenson, El extraño caso del Dr. Jekyll y del Sr. Hyde.
El tránsito de Plutón a la Luna natal de Argentina invita a la sorpresa de despertar de una amnesia, a dar cuenta de “lo que estaba allí” pero no era visto, el espanto de -de pronto- recordar, de descubrirse en una pesadilla.
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¿Quién recuerda a Ariel Velazquez?
Se trata de un joven pobre de Jujuy asesinado a balazos en agosto de 2015. Una hipótesis, un simple intento de robo de su teléfono celular. Otra, un asesinato político. La realidad podría combinar ambas. Según la información, Ariel era afiliado a una agrupación política con poder oficial para acceder al beneficio de terminar el colegio secundario, pero su simpatía o militancia efectiva era por otro partido. Como siempre, con el tiempo el caso se intoxica de operaciones políticas de prensa que oscurecen la verdad del hecho. A más de un año de su tragedia, no hay un esclarecimiento que disipe dudas, tampoco reclamos contundentes de grupos políticos u organizaciones humanitarias. Su vida parece no merecer aprecio. Ariel se torna invisible.
El éxito de la impunidad, de “la explicación oficial”, la acusación rápida o la obtención de culpables convenientes, no genera certidumbre sobre la verdad. Como están dadas las cosas, para sentir que el caso de Ariel Velazquez (como el de Juan Viroche, Norma Bustos, Alberto Nisman…) está definitivamente aclarado debemos participar, con fervor devocional, del convencimiento absoluto del relato de un bando y -sobre todo- no permitirnos dudas. La preocupación de los interesados se orienta a incriminar o absolver a personas con poder, no a determinar qué ocurrió, quiénes participaron y por qué lo (los) mataron. La muerte de Ariel no importa, sólo asegurarnos que no perjudique los intereses de cierta facción o la imagen de un dirigente.
La irresolución de casos criminales vinculados al poder, la deliberada intoxicación de las pruebas, la instalación del olvido o de chivos expiatorios, no se debe a la puntual y ocasional impericia de funcionarios. Quienes deben decidir investigaciones, quienes deben llevarlas a cabo y quienes deben establecer responsables y sancionar condenas, no lo hacen porque es probable que se vieran incriminados en el delito. Los funcionarios políticos, policiales y judiciales deberían investigarse y condenarse a sí mismos por complicidad o -más horroroso aun- por participación directa en esos crímenes. Eso -es evidente- no habrá de ocurrir; por lo tanto, no existe ninguna posibilidad de que, en el actual estado de cosas, haya justicia. Son crímenes del Estado. Son crímenes del poder. Y todo ocurre en tiempos de democracia, no ya de dictadura. No tenemos a quien echarle la culpa “allí afuera”. Mr Hyde era el Dr. Jekyll.
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El beneficio de la negación
“…Hyde y sólo Hyde, después de todo, era culpable. Y Jekyll, cuando volvía en sí, no era peor que antes: se encontraba con todas sus buenas cualidades inalteradas; incluso procuraba, si era posible, remediar el mal causado por Hyde. Y así su conciencia podía dormir…”.
Robert Louis Stevenson, El extraño caso del Dr. Jekyll y del Sr. Hyde.
Quizás, si somos perceptivamente honestos, la muerte de Ariel revele la evidencia de una verdad incómoda. En la era democrática iniciada en 1983 el progresismo también fue poder. Y, en su ejercicio, no ha dejado de hacer lo que tradicionalmente se ha hecho: abusar de él o, al menos, ser indiferente -por conveniencia, por complicidad, por desidia- a sus abusos. Tampoco las posiciones progresistas nos sirven de refugio moral. También ellas nos exigen negar hechos de la realidad para sentirnos protegidos y mejores, ajenos a oscuridades.
Se trata de un discernimiento vomitivo: justificamos o negamos crímenes por la necesidad de sostener posiciones fijas. Sostenemos posiciones fijas (ideológicas, filosóficas, políticas, religiosas) porque hicimos en ellas identidad, lo que quiere decir que “si no soy esa posición, entonces no soy”. Esa cristalización de la identidad en una imagen luminosa de sí mismo (o de nuestra facción) bloquea la apertura del corazón: sólo somos sensibles a aquello que confirma nuestra posición fija, la posición que nos da el beneficio de una identidad.
Para que triunfe una posición fija la realidad debe estar sujeta a control. Para confirmar la autoimagen personal (la de nuestro ideal de nación, la de nuestra facción política o la de nuestro líder), no tiene que conocerse determinada información. Es el juego «luz y sombra», ya sea en lo personal o en lo colectivo. Para perpetuar esa luz (lo que creemos que somos) debe mantenerse oculto todo dato, toda experiencia, todo recuerdo, que la cuestione. El ocultamiento, la negación y la amnesia brinda un beneficio al ego.
Por lo tanto, en el camino inverso, abrir el corazón implica ser sensibles a una información que no confirma lo que necesitamos creer que somos. Si reconocemos esa nueva información no podemos sostener nuestra posición fija. Si aceptamos esa nueva realidad que se configura, entonces no somos aquella identidad. Abrir sensibilidad nos habrá transformado. Podemos decir que la apertura de sensibilidad genera el perjuicio de una pérdida de identidad, o bien que brinda el beneficio de la liberación de una identidad cristalizada. Cada quién lo vive de un modo o de otro, según pueda, sepa o quiera.
La conciencia humanitaria
¿Las percepciones humanitarias y los sentimientos compasivos no deberían ser universales y, por lo tanto, prescindentes de posiciones políticas dogmáticas? ¿Qué significa ser un dirigente humanitario que actúa en política? ¿Es congruente con fijar una posición ideológica? Todos tenemos ideas, pero no todos adhieren a dogmas ideológicos. Ideología no es lo mismo que ideas. La idea es vehículo, la ideología es condicionamiento. ¿Qué ocurre cuando lo que percibimos comienza a contradecir a nuestras creencias? Para ser libres es necesario estar dispuestos a soltar nuestras ideas cuando descubramos que ya no nos conducen, sino que nos frenan. El dogma de fe ideológica violenta y reprime a nuestra percepción. El mantra “todos tenemos una ideología” es repetido por quienes necesitan justificar su fundamentalismo: “todos están atrapados en prejuicios como lo estoy yo”. Es un juego de palabras para cristalizar toda percepción en posiciones fijas. El punto no es “no tener prejuicios”, sino qué acción tomamos al descubrirnos en ellos: ¿soltarlos o justificarlos? Y es importante percibir cuál es la respuesta valiente y honesta, y cual la cobarde y maliciosa, porque muchas veces la liberación de prejuicios es juzgada como “traición a mandatos morales” y el extremismo de consignas como “fidelidad a lo verdadero”, o la renovación de nuestros criterios de realidad como “superficialidad” y persistir en posiciones fijas como “coherencia”.
Los DDHH no pueden reducirse a eslóganes funcionales a posiciones políticas. El presente contexto astrológico representa una oportunidad de honrar su universalidad, de asumir que representan valores sagrados a los que toda posición política, sin excepción, debe responder. La sensibilidad al dolor, a lo injusto, a la crueldad violenta, no es una propiedad exclusiva de ninguna ideología política ni de ningún credo religioso. Y esa sensibilidad compasiva -potencial en cada corazón humano- es la mágica llave capaz de disolver los conflictos más arcanos y más cristalizados. En sociedades enredadas en sus rencores, el auténtico heroísmo gira en torno a verse a uno mismo como parte del problema. Casi no hay actor político en nuestra historia que no esté contaminado -a veces de buen gusto, otras con ingenuidad, otras por omisión- de violencia y muerte. Si cada actor político reconociera que ejerció violencia sintiéndose justificado por aquella de la que era víctima. Si aceptara que, indiferente incluso a los reclamos de su propia conciencia, sintió que matar era justo o que dar muerte era un costo necesario. Si cada responsable asumiera el dolor provocado y pidiera perdón. Una purga colectiva de conciencia, una auténtica liberación de karma (si se me permite la palabra). El íntimo reconocimiento como abrazo a lo temido. Liberar al otro de un sufrimiento al que someto por mi miedo. Liberarme del miedo. Liberarnos del sufrimiento y del miedo.
No se trata de que sea difícil, sino de percibir que la única alternativa a este sinceramiento de conciencia es seguir reproduciendo la autodestructiva patología de vivir las relaciones “como lucha de polos en conflicto excluyente” y dejarla como atávico legado a nuevas generaciones.
Confianza en desprendernos de nuestros refugios ideológicos y de nuestras encantadoras identidades políticas constituidas “por oposición al otro”. Reconocimiento de la regresiva inmadurez de nuestros prejuicios. Valentía para abrir compasión. Sin que nos dé pudor, descubrir que el corazón de nuestros conflictos vinculares, sociales, políticos, históricos, es la carencia de amor, el miedo a entregarnos al otro.
En su infinita persistencia, en las circunstancias más desfavorables, el amor encuentra maneras -sencillas y silenciosas- de aparecer, brotando como el musguito en la piedra.
https://alejandrolodi.wordpress.com/2016/12/27/pertinencias-astrologicas-sobre-argentina-iii-el-musguito-en-la-piedra/
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