OSKAR ADLER
LA ASTROLOGÍA COMO CIENCIA OCULTA
Tercera conferencia
Donde anden fuerzas sin sentido
ninguna forma habrá surgido.
Schiller
La relación secreta de los tonos, relación que hace posible la existencia de la música, participa del mismo ordenamiento que la relación cósmica, esto es, de un ordenamiento no causal, sino surgido de la unidad, una relación orgánica brotada de la unidad.
Es por eso que para los antiguos la ley que determina la relación de los tonos dentro del marco de la tonalidad, o ley de la armonía de los tonos, era la ley suprema de la relación cósmica, y es en este sentido que hablaban de la armonía de las esferas.
El calvario del destino es el camino que lleva del estado de desarmonia al de armonía con el cosmos del mismo modo en que, por ejemplo, el curso de una enfermedad es el que lleva
desde el estado de la armonía corporal perturbada hasta la armonía corporal. El destino nos afina como cuerdas mal sonantes de un instrumento, el destino nos transforma de tal manera en nuestra naturaleza que por el nos acercamos a la armonía con el concierto
cósmico, a la transformación alquimista.
La evolución ontogenetica de todo ser viviente, esto es, su evolución desde el huevo hasta el nacimiento es, según Haeckel, una repetición cronológicamente sintetizada (condensada)
de la evolución filogenetica. La evolución filogenetica también tiene que responder a algún modelo proyectado en el tiempo que allí se condensa, configurando de este modo una forma de “algo” que existiría con anterioridad, mas aun, que debería existir con
anterioridad. La evolución es algo que ya estaba antes de aparecer en la Tierra y de cobrar aquí realidad.
Recordemos que la vez pasada habíamos caracterizado a la figura humana como una especie de pangenesis formada del Todo del cosmos y, en particular, del zodiaco. La Tierra o la materia terráquea seria efectivamente una especie de matriz cósmica del germen humano mental recibido de la bóveda celeste, germen cuyo arquetipo estaría ya con anterioridad en el zodiaco, como una idea celeste en el hombre. La ultima fase evolutiva, convertido de animal en hombre, en miembro momentaneamente ultimo de una serie evolutiva, que, desde luego, tiene que seguir adelante, que tiene que seguir elevándose.
Pues el grado evolutivo del ser humano no es mas que una fase intermedia dentro de la ontogenesis cósmica del hombre.
El problema de la evolución se resuelve en la ascensión e involucracion de los cuatro estados en el hombre, a través de los cuales se recibe esa especie de función mental de la materia, que se hereda en el ser humano.
La figura en que se presenta el hombre a los ojos de los anatomistas profanos no es de ningún modo su figura verdadera, el hombre posee órganos que van mucho mas allá de su cuerpo zoológico, órganos que el hombre conquisto por si mismo. Pero ¿dónde se
encuentran esos órganos?
Por de pronto, el ser humano posee un ropaje, que se pone sobre la piel desnuda, es decir, una envoltura “segunda”, elaborada por su propia mano. Pero por encima de esta segunda piel, se pone otra envoltura, una tercera piel: la casa, que el mismo se construye y que lo resguarda lo mismo que la piel primera. Sobre esta casa se pone una cuarta piel: la organización social. Tales órganos, constituyen ante todo sus herramientas y maquinarias.
La mente humana trabaja en la organización de tales herramientas y maquinas, y las hace de materia terrestre, de manera que podemos decir que con esto el ser humano estampa sus huellas. Pues tales herramientas y aparatos le permiten obrar en forma de transformar el medio. Es así que en tales aparatos creados por el hombre viven el pensamiento y la voluntad hasta mucho mas allá de los limites de posibilidades que le permite al hombre su propio cuerpo. A esto se lo puede llamar proyección orgánica. El ser humano es capaz de
proyectar y perfeccionar concientemente en la materia la organización vital que le fue dada inmediatamente por la naturaleza. Es una especie de proyección de su interioridad hacia el exterior. Ha creado, por ejemplo, el reloj, que reemplaza lo que tuvieron que hacer durante siglos, que era mirar al sol para ver que hora era. Lo mismo el teléfono, el libro, etc. Cada uno es una patentizacion de un impulso interno.
Supongamos ahora que llegara a la Tierra un ser no terráqueo, una criatura que no supiera nada del hombre y su civilización. Y viese luego la cantidad de maquinarias tremendamente complicadas. Si ese ser no supiera que es la mente humana la que trabaja en todas esos “seres” ¿qué otra cosa podría creer que sino que se trata de organismos vivientes que actúan según fines propios?. El hombre infundio a tales organismos aparentes una vida igualmente aparente; la capacidad inculcada a las maquinas no es mas que una capacidad aparente; son, sin duda, tales capacidades la fase mas primitiva de aquello que también en los organismos vivientes de la naturaleza encontramos como capacidades, las cuales, en realidad, tampoco pertenecen a los seres vivientes que las poseen, pues los seres vivientes no las conquistaron con sus propios medios, aquello que llamamos instintos o voluntades. Lo que el ser humano no acierta a hacer es lo siguiente: lograr que la maquina perciba aquello que el puso en ella.
El disco fonográfico no entiende nada de la canción que fue grabada en el, lo mismo el reloj y el estado del tiempo.
Y bien, si el hombre, los animales, las plantes y las piedras son maquinas, entonces aquello que vive en ellas es, con todo, algo mas que lo que vive, por ejemplo, en el reloj de bolsillo.
Pues en los animales y en las plantas no actúan instintos aparentes, sino instintos bien reales. La verdad es que la sabiduría humana jamas hubiera estado en condiciones de injertar en las piedras y en las platas los instintos. Entonces, también unos seres superiores
habrán creado sus órganos como el hombre creo sus maquinas, cada uno en su grado.
Tales huellas de seres mentales supremos son en el reino mineral las leyes físicas y química, que, en cierto sentido, representan el instinto original de la materia astral, su ley de vida como espejo de las verdades matemáticas y de las leyes geométricas.
Consideraremos huella de supremos seres, de carácter divino en el hombre, a aquello que podemos llamar el “instinto del yo”, el germen del yo en que se basa el criterio humano.
Pues al germen del yo le fue confiada la responsabilidad de poder participar autoconcientemente de la labor creadora y poner y poner con ello en actividad la fuerza moral de la decisión del ser humano.
Lo que los antiguos reverenciaban en el animal no era el animal mismo, sino la divinidad, que el animal había dejado su huella en la Tierra. El culto al animal era un besar piadoso la huella de aquellos seres superiores de naturaleza divina, en su estadio evolutivo presente.
Aquello que vivía en la piedra, en la planta y en el animal, eran precursores del cuarto estadio, el estado evolutivo de embrión divino sobre la tierra que llamamos: ser humano.
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