OSKAR ADLER
LA ASTROLOGÍA COMO CIENCIA OCULTA
Cuarta conferencia
Un árbol o arbusto yo he sido también,
Y un joven y una doncella,
y en el mar un callado pez.
Empedocles
Vimos en el zodiaco una especie de campo mental de fuerzas, del cual irradia sobre la tierra la influencia conjunta se seres superiores, que en la Tierra estampan su huella del mismo modo en que la huella del ser humano se manifiesta en su zona de influencia terráquea: una especie de proyección de órganos de carácter divino, cuya expresión esta representada por el conjunto de la existencia física y orgánica sobre la Tierra, inclusive la del ser humano.
El hombre ha ascendido del grado mínimo de los seres unicelulares hasta su estado actual, sin que interese el “como” de ese ascenso; desde luego, es poco menos que inadmisible que tal ascenso haya terminado para siempre en el peldaño del ser humano, el impulso de dicha evolución continua. Al cabo de otros tantos millones de años la evolución del hombre habrá llegado a un punto en que la organización humana acaso haya superado su estado actual. A un grado de evolución que, con respecto al hombre actual, presenta la misma distancia que el hombre actual con respecto al antiguo. Pero el ser humano ahora posee conocimientos que, aun cuando bastante rudimentarios todavía, lo capacitan en cierta medida para penetrar en el curso orgánico del proceso de la vida y, con ello, para colaborar a conciencia en la evolución.
No trataremos hoy de penetrar en la fuerza propulsora de la evolución, sino en el proceso de la evolución misma y su relación con el zodiaco, vale decir, la evolución como transformación hacia un grado superior, evolución ascendente en forma alquimista. El
hombre lleva en si los cuatro niveles de la vida y esto da lugar a la doctrina de los cuatro elementos que, en una escala periódica triple, organizan los doce signos del zodiaco.
El orden de las zonas zodiacales también incluye una ley que a la conciencia esotérica aparece, por de pronto, como la escala de un espectro que, desde luego, no representa la escala de la percepción de los colores, sino la de las experiencias de la vida.
Fue nada menos que Goethe quien expuso la noción de que los colores no representan en su totalidad mas que “turbaciones” de la luz arque-típica de carácter “unitario”, la que, al estado puro, es imperceptible e inconcebible para los sentidos humanos.
La luz celestial se refracta en el prisma de la materialidad terrestre. De modo análogo, aquello que se irradia del zodiaco sobre la Tierra configura en la mente una especie de luz arquetípica, en el espejo de la conciencia humana solo podrá ser reconocida a través del
plano de organización del hombre.
En grado simbólico el estado solido (tierra) significa aquello que representa nuestra envoltura mas externa, la envoltura solida, esto es, el cuerpo viviente. El estado liquido (agua) corresponde al estado de la vida del afecto y del instinto. El estado gaseoso (aire)
corresponde a un estado aun mas móvil, algo así como la libre movilidad de la actividad del entendimiento. El fuego corresponde a aquello que va mas allá de lo corporal, afectivo y mental – la fuerza de voluntad dentro de nosotros – estas son las cuatro heredades de la actual evolución humana.
Si contemplamos la Tierra como un todo veremos que posee los cuatro elementos. Nos encontramos con que bajo la corteza terrestre volvemos a encontrarlos. Esto nos permitirá reconocer que la corteza terrestre, en forma análoga a la piel, representa una especie de limite y a la vez un miembro de unión entre lo interior y lo exterior.
Es sagrado deber evolutivo del ser humano el emplear conscientemente que el fuego que alberga dentro de si, como yo tocado por la chispa de Dios, para transformar con su fuerza
lo mas bajo en lo mas alto, para fundir consciente-mente las materias y, de ese modo, convertir en trabajo consciente lo que en la naturaleza y sus seres vivientes fuera proceso de digestión inconsciente. Cobrar conciencia de las fuerzas nutricias, cuyas verdaderas vitaminas son las irradiaciones celestes de los seres zodiacales superiores, cuya huella obra, como esencia de su existencia y de su vida, en el mineral, la planta y el animal. De modo que su misión pasa a ser la de convertir el alimento celeste en valores humanos, el poder de transformarse a si mismo. Solucionando de esta manera el problema del enigma de la
esfinge. El cuerpo es tierra (Tauro), las ala es el agua (Escorpio), las garras es el fuego (Leo), la cabeza es el aire (Acuario).
De este modo se abren para el hombre cuatro campos de acción en el camino de superación.
El primero es el de la tierra, que ya vimos vez pasada: el hombre cobra conocimiento de las leyes naturales que los altos seres del zodiaco han colocado en la materia. La ciencia y la
técnica humanas. El segundo campo es el del agua: la vida de las pasiones, el dolor y el placer, el contenido total de la vida de los deseos, el amor y el odio, la alegría y el dolor. El objetivo es que el padecimiento sea elevado a la categoría de fuerza capaz de hacer brotar de ella misma la energía capaz de curar ese mismo padecimiento. El tercer campo es el del aire: si el hombre no poseyese mas que el entendimiento animal, esto es, la mera capacidad de ser guiado por motivos subsistentes de los recuerdos placenteros o dolorosos, entonces carecería del entendimiento humano, de aquello que llamamos razón, cuya peculiaridad es
la de independizar la vida pensante de la vida instintiva, liberándola de las pasiones. El cuarto terreno del trabajo alquimista es el del fuego: de las profundidades de la revelación
del yo, el verdadero atributo humano, debe surgir el esclarecimiento sobre la ley moral como espejo de la voluntad suprema. Transformación del núcleo egoísta que a través del propio sacrificio se supera a si mismo, así consigue la autodeterminación de su yo y la obtención de la total libertad interior. (?).
Interpretación del acertijo de la esfinge: andar en cuatro patas significa pertenecer a la tierra, a lo mineral, cuyo símbolo antiguo era el cuadrado. Por la noche, una vez completado su camino, el hombre ha ascendido al fuego, cuyo signo era el triángulo con el
vértice hacia arriba. Y en medio esta el largo camino de la evolución, el doble camino alquimista de la asimilación y separación, del atar y del soltar, el camino de la exclusión y la diferenciación: el camino del dos.
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