Alejandro Lodi
(Septiembre 2017)
(Viene de “Argentina 2017 (III): Violencia, transformación y patología”).
Hemos visto los tránsitos de Plutón a casa IV, Sol y Luna de la carta de Argentina. Vamos a considerar ahora otro clima astrológico trascendente de este momento de la historia: Urano en tránsito a Sol y Luna natales.
Las últimas elecciones presidenciales se llevaron a cabo bajo clima uraniano. ¿Qué significa esto? Tiempos que anuncian cambio, renovación, acontecimientos súbitos que alteran la normalidad, hechos imprevistos e insólitos que afectan a Sol (figuras gobernantes, jefes de Estado, ministros y altos funcionarios de la justicia) y Luna (pueblo, democracia y la participación de la mujer). Momentos en los que es posible que ocurra lo que no esperábamos, algo que no resultaba previsible, que nos sorprenda, y que tenga que ver con esas temáticas solares y lunares. Que sea una buena o mala sorpresa es algo que está fuera de lo que podemos prever (la astrología es, recordemos, amoral).
Este suceso astrológico es sincrónico con la muerte del fiscal Alberto Nisman (18 de enero de 2015). De confirmarse su asesinato, se trata de un hecho de máxima gravedad institucional, de un magnicidio. En el contexto uraniano, ese acontecimiento trágico y sorpresivo no puede ser evaluado por la conciencia colectiva desde sus criterios y valoraciones habituales, sino que obliga a un salto de percepción porque abre a una realidad desconocida. Creíamos que la realidad era una, pero ese suceso uraniano nos muestra otra, nos expone a nuevos significados y revela la disfuncionalidad de nuestros juicios para responder a esa nueva realidad. La muerte de Nisman altera la consideración que el pueblo (Luna) tiene de las figuras gobernantes (Sol), torna anacrónicas ciertas miradas y opiniones, tanto que permanecer en ellas comienza a resultar patológico (una descripción delirante de la realidad). Aunque su golpe súbito pueda dejarnos aturdidos, Urano siempre es un oportuno rayo de discernimiento, un “darse cuenta”.
La muerte del fiscal Nisman todavía nos deja en vacío uraniano. Y nos obliga a dar cuenta de la cada vez más evidente actuación de ese oscuro subsuelo de nuestra sociedad del cual nunca tenemos suficiente claridad, que viene desde muy lejos y ha sabido subsistir en nuestra democracia: el sórdido tejido de los servicios de inteligencia. El espionaje estatal y sus secretas operaciones componen una trama que excede absolutamente nuestro conocimiento, que opera en nuestra comunidad sin que lo sepamos y sin que ningún gobierno haya podido (¿querido?) desmantelarla desde 1983.
Al mismo tiempo, en ese contexto uraniano se dan los comicios presidenciales de 2015. En elecciones libres, legítimas y sin proscripciones, vence una facción política nueva, distinta a los dos partidos que se habían alternado en los triunfos electorales del último siglo. Parece evidente que, más allá de que nos guste o disguste, ocurrió la sorpresa, lo que no era previsible que sucediera. Pocos creían que podía darse ese resultado. Incluso ningún astrólogo lo predijo. Mauricio Macri triunfa en el ballotage y, sobre todo, María Eugenia Vidal es elegida gobernadora de la provincia de Buenos Aires. Esos acontecimientos adquieren el carácter de “uranianos”, nos exponen a lo que “no podría haber ocurrido” y, por lo tanto, nos deja “en el aire”. En ese estado de suspensión de certidumbre, en esa situación en la que no podemos comparar lo que sucede con nada conocido, surgen dos tipos de respuesta: abrir la posibilidad de lo nuevo (es decir, tomar ese vacío de referencias conocidas como un desafío de creatividad), o sucumbir a la angustia (aferrarse a lo viejo y llenar el vacío con prejuicios).
Siendo un país con Sol en Cáncer, el vacío de referencias que propone la oportunidad creativa puede llenarnos de angustia y miedo…
Exactamente. Ante la aparición del hecho sorpresivo que nos deja sin referencias, si sostenemos ese vacío, puede ocurrir lo nuevo. Si, en cambio, no toleramos ese vacío, vamos a significarlo desde juicios absolutamente anacrónicos. Es decir, desde el miedo y la angustia no nos permitimos percibir qué es lo que está ocurriendo, sino que, para calmarnos, de inmediato lo clasificamos en categorías ya conocidas; de este modo, lo nuevo no es nuevo, sino que “ya ocurrió lo mismo en el pasado”.
Por cierto, como venimos diciendo “ambas cosas pueden ser ciertas…”. Puede ser que lo está ocurriendo no tenga nada de nuevo y que repita una forma del pasado. Es una posibilidad. Pero también puede ser que estemos viviendo algo distinto, que no encaje con categorías del pasado, y que esté desafiando a nuestra intuición creativa. Invoquemos al “mantra anti-polarización”… (risas). En cuanto aparezcan las posiciones fijas que dicen “¡sí! ¡está ocurriendo algo nuevo!” y “¡no! ¡es lo viejo!”, repitamos “ambas cosas pueden ser ciertas”.
¿Cómo podría haber sido significado este clima uraniano con otro resultado en las elecciones? El triunfo de Scioli acaso hubiera repetido una fórmula que ya hemos experimentado -con poco éxito y consecuencias finalmente trágicas- en el anterior tránsito de Urano al Sol-Luna de Argentina (entre 1971-1973): en lugar de “Cámpora al gobierno, Perón al poder…” hubiera sido “Scioli al gobierno, Cristina al poder…”. Lograr que el presidente elegido en las urnas no coincida con la figura que controle el poder puede verse como un gesto de creatividad política… o como una trasgresión del contrato electoral y una disociación -un tanto perversa- de la realidad. Por cierto, la creatividad y la trasgresión (o disociación) resultan dos modos bien distintos de vivir la energía uraniana.
Lo nuevo y distinto no siempre es creativo. También puede resultar regresivo. Pero siempre es irreversible. Luego de los tránsitos de Urano las cosas no vuelven a ser como antes. En nuestra historia del siglo XX, los climas de Urano al Sol-Luna de Argentina marcan fechas de alteración, de cambio, sin posibilidad de vuelta atrás, respecto a la relación entre el pueblo y sus figuras gobernantes:
- 1931-1932: Ruptura con el orden institucional basado en la Constitución y vigente desde 1853. Golpe militar y aval judicial (acordada de la Corte Suprema de Justicia).
- 1952-1954: Segundo mandato de Perón. Intento de un nuevo orden institucional basado en la Constitución de 1949. Polarización extrema, violencia política.
- 1971-1973: Retorno y tercera presidencia de Perón. Surgimiento y auge de organizaciones armadas revolucionarias y contra-revolucionarias. Polarización extrema, violencia política.
- 1992-1993: Primer gobierno peronista luego de la muerte de Perón. Cambios en la economía y el tejido social. Trágicos atentados contra la comunidad judía. Se acuerda una reforma de la Constitución para permitir la reelección presidencial.
Desde 2015 a la fecha nuestra comunidad vive un momento análogo a esos tiempos históricos. Quizás podamos compartir algunos apuntes y meditar sobre ellos.
¿En dónde podríamos percibir la manifestación de este clima uraniano de pérdida de referencias conocidas, de alteración de la continuidad con el pasado, y de oportunidad de cambios y saltos creativos.
Primero, no es fácil ubicar la identidad política de la agrupación gobernante en las conocidas categorías de “izquierda” o “derecha”. O al menos introduce algunas paradojas. El perfil social de la mayoría de sus representantes (empresarios, ejecutivos, profesionales) permitiría adjudicarle al actual gobierno una visión conservadora (es decir, de “derecha”). No obstante, su práctica de la política lo acerca a una visión liberal democrática: respecto por las instituciones, la división de los poderes, la libertad de expresión, ausencia de exaltaciones militaristas, clericales, de valores tradicionales o de modelos del pasado. En lo económico, hasta el momento, lo que parece proponerse es una política gradual orientada al desarrollo y el crecimiento, antes que el ajuste extremo indiferente al costo social (característico del fundamentalismo conservador). Su propensión a una economía de mercado no ha suprimido una activa participación de Estado, sobre todo en el área social y de obra pública. Parece evidente que la administración Macri no es “la dictadura”, ni la instauración de un “capitalismo salvaje”, lo cual no deja de ser una buena noticia. Si, no obstante, efectivamente lo encuadráramos bajo la categoría de “gobierno de derecha” estaríamos, entonces, frente a una evolución saludable, que muestra una diferenciación creativa que no replica (hasta ahora) los horrores de nuestra memoria histórica, y que nos obligaría a ensayar definiciones paradójicas (¿absurdas?) como la de referir a un “conservadurismo progresista”.
Sin embargo, desde la visión de “la izquierda progresista” (es decir, desde donde se esperaría la mejor disposición para apreciar los tiempos de cambio uranianos), el actual gobierno es idéntico a los anteriores gobiernos “de derecha”, en particular al más trágico: el de la dictadura. Esa visión revolucionaria, fija en su posición, necesita que lo sea. Macri es (tiene que ser) la dictadura. ¿Por qué? Porque necesita conservar esa visión en la que ha hecho identidad gran parte de una generación atravesada por el trauma del más encantador fanatismo idealista y la más horrorosa tragedia de nuestro país. Cristalizados en el dolor, la pasión de la generación de Plutón en Leo (1938-1956) todavía condiciona el discernimiento de la situación del presente y los desafíos de futuro: la actualidad y el porvenir debe coincidir con el pasado. En la otra cara de la paradoja (¿del absurdo?) a la que referimos antes, asistimos a la evidencia de “un progresismo conservador”.
Es “El día de la marmota”. Estamos atrapados. No salimos más. ¿No tenemos alternativa..?
¿Y si descubriéramos que las categorías de “izquierda” y “derecha”, de “progresismo” y “conservadurismo”, ya no resultan relevantes para apreciar el presente ni para contener nuestras intuiciones de futuro, o, al menos, necesitan ser radicalmente resignificadas?
Situaciones que animan a confiar en un cambio creativo (como la acción contra las diversas mafias que actúan en la sociedad) o que nos hacen temer una regresión al pasado (como la no esclarecida desaparición de Santiago Maldonado) pueden excitar posiciones extremas que, al polarizar, no permiten la libertad necesaria para discernir el carácter del presente, en sus valores y en sus limitaciones. El desafío es que cada uno de nosotros tolere esa apertura perceptiva que permita distinguir lo nuevo de lo viejo, lo creativo de lo regresivo, sin cristalizarla en ninguna posición ideológica ni identificarla con ningún caudillo o mesías político. Que ocurra lo creativo o lo regresivo no es mérito o defecto de ninguna idea o persona en particular, sino expresión de la conciencia colectiva que nos reúne e implica.
Por último, en sincronicidad con el tránsito de Urano a Sol-Luna de Argentina y haciendo énfasis en las claves simbólicas de la Luna en astrología mundana (pueblo y participación de la mujer), asistimos quizás a una revolución de las mujeres. Las mujeres en el poder.
Cristina Fernández como la figura más influyente de la oposición. Gabriela Micheti como vicepresidente de la Nación (luego de haber desafiado, en las internas de su partido, el liderazgo del luego presidente). María Eugenia Vidal como gobernadora de la provincia de buenos Aires y con un protagonismo en ascenso. Figuras como Margarita Stolbizer, Graciela Ocaña, Gladys González, Mariana Zuvic, entre otras, con destacadas y efectivas actuaciones en el desmantelamiento de oscuras tramas mafiosas. Mujeres que, además, suman una cualidad excepcional (es decir, uraniana) en la historia de la participación femenina en política: portan sus apellidos, no el de sus maridos… Vale recordar que en el anterior tránsito de Urano a Sol-Luna natal (1971-1973), la uraniana experiencia de que una mujer llegue, por primera vez en la historia, a la presidencia fue en tanto esposa del caudillo fallecido: Isabel Perón.
Pero quizás el rol más desconcertantemente uraniano sea el Elisa Carrió como parte fundamental del actual gobierno. La estabilidad del gobierno está condicionada, en alto porcentaje, a su inestable inclusión. La gobernabilidad y legitimidad de la administración Macri depende de la capacidad para contener esa diferencia, tan riesgosa como enriquecedora.
En nuestra historia política, lo habitual ha sido que ese tipo de diferenciación sea o bien subordinada o sometida, o bien expulsada y exiliada.
Si esto ocurriera, representaría la frustración de una oportunidad creativa: la de que un gobierno muestre la madurez de contener al fiscal de sus actos, de hacer creíble su transparencia incluyendo a quien lo habrá de observar, sin asociar fidelidad con complacencia ni fortaleza con obsecuencia. Nada sencillo, por cierto. Un auténtico salto evolutivo uraniano para nuestro carácter Sol en Cáncer-Luna en Capricornio.
Urano a Sol-Luna natal simboliza la oportunidad de lo nuevo y creativo. No podemos aun convencernos de que esa novedad la represente este gobierno o alguna otra visión que esté abriéndose en nuestra comunidad. Quizás no sea relevante determinarlo. Pero estamos en una situación distinta. En términos saturninos, anómala. Si confiamos en lo que indica la astrología y somos honestos en nuestra percepción (sin falsificarla con creencias previas demasiado próximas a prejuicios), podríamos estar atentos a qué respuesta dan los diferentes espacios políticos a esta situación uraniana. O evaluar qué voces de la sociedad juegan a favor de confiar en la intuición creativa y ser fieles al futuro, o necesitan capturarlas en etiquetas que confirmen que el presente replica el conflicto de la época colonial.
Finalmente, cada tránsito de Urano recrea su polaridad con Saturno (como cada tránsito de Saturno lo hace con Urano): la míticamente viva tensión excluyente entre lo viejo y lo nuevo, la forma conocida que tiende a perpetuarse y la oportunidad irreconocible que irrumpe, la comparación con el pasado y el incomparable rayo de futuro.
Cristalizados en nuestra percepción de la realidad, refugiados en las creencias e ideas en las que hemos hecho identidad, vamos a resistir la emergencia de lo nuevo en tanto no coincida con la visión de la realidad que necesitamos confirmar. Aceptar la novedad implicaría una transformación personal. El yo necesita habitar sus certezas, aun cuando descubra que se han convertido en prejuicios. Necesita que el presente reproduzca la forma del pasado que le otorga identidad. Cuando la percepción comienza a desbordar y contradecir sus creencias seguras, solo cabe una crisis de transformación de la identidad: la muerte a una imagen de sí mismo -forjada en la memoria- a favor de reconocer las cualidades creativas y diferentes que ofrece el presente, y renovar con ellas su propia visión personal y del mundo. Permanecer en lo conocido y seguro, ahogar la novedad para afirmar la continuidad, siempre es una opción, pero que solo conduce a mayor sufrimiento y, en extremo, patologías.
Resulta crucial evaluar qué respuesta prevalece en la conciencia colectiva: la confianza en lo nuevo (no exento de riesgos y fracasos) o el repliegue en prejuicios que fijan la realidad en sus moldes (tan ideológicos como emocionales). No hay seguridad de que aquello que creemos nuevo no termine reproduciendo lo viejo. No queda otra alternativa que ser fieles y honestos con nuestra intuición, ser valientes para disolver nuestros prejuicios, y asumir sus consecuencias.
(Sigue en “Argentina 2017 (V): La revolución del acuerdo”)
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