Argentina astrológica (I):
la revolución de la convivencia
Alejandro Lodi
(julio 2015)
Esta serie de notas sobre la carta natal de Argentina, su historia, su presente y su futuro, parte de ciertos supuestos básicos.
El principal es considerar válido aplicar a los fenómenos colectivos y sociales la misma lógica que aplicamos a los procesos individuales y personales. La psique colectiva, el desarrollo de conciencia colectiva de una sociedad humana, responde a patrones análogos al de nuestro desarrollo personal e individual.
Por otro lado, la posición subjetiva del análisis (la inevitable subjetividad del observador) no surge de un dogma ideológico que deliberadamente pretenda confirmar. No es mi intención consciente usar la astrología para demostrar los preceptos de una determinada ideología, sino, por el contrario, exponer nuestras ideas a la sorpresa. Ese es el potencial de la astrología: ampliar nuestra percepción más allá de lo que estamos habituados a reconocer como realidad. Si la astrología no sorprende entonces se envilece. Reducir el don expansivo de la astrología a corroborar la “descripción del mundo” vigente en nuestras vidas significa refugiarnos en los prejuicios en los que hemos hecho identidad. Dogma es prejuicio. Por el contrario, exponernos a la astrología implica el coraje de poner en observación lo que creemos “real”, la valentía para aceptar un desafío de transformación. De todos modos, las ideas subyacentes a mi percepción personal (mis propios condicionamientos perceptivos inconscientes) quedarán transparentadas, sin que sea mi objetivo consciente demostrarlas o hacerlas triunfantes.
Finalmente, hago explícito que no soy académico, ni intelectual. Mi estudio carece de esa excelencia. Soy un sujeto vulgar que investiga la astrología, su propia vida y la comunidad a la que pertenece.
Vamos a aplicar astrología a la percepción de nosotros mismos –los argentinos- como sociedad, como nación y como historia. Propongo, entonces, confiar en lo que la astrología nos hace ver, no en lo que necesitamos creer.
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La patria afectiva
En la carta natal de Argentina se destacan tres pilares constitutivos, tres grandes bloques o núcleos energéticos. A lo largo de nuestra historia se hace visible el persistente conflicto entre dos de ellos, con un tercero que nutre de sustancia a esa relación de tensión.
Uno de esos pilares se constituye con:
.- Sol en Cáncer en Medio Cielo.
.- Luna en Capricornio en Fondo de Cielo.
Es decir, la Luna Llena de la carta natal de Argentina. ¿Qué significa? Nos habla de una identidad colectiva que pone peso en el valor afectivo, sensible y emocional, la mirada hacia el pasado, la nostalgia y la melancolía. Un intenso sentimiento gregario y de pertenencia a una tierra propia que nos da identidad.
– Núcleo canceriano-capricorniano –
También refiere a una relación entre un gobernante y pueblo marcada por la necesidad afectiva y sostenida por un lazo emocional. Hay una masa popular (“la gran masa del pueblo”) con grandes necesidades materiales y –sobre todo- afectivas, que pide (o genera) una forma de liderazgo y de gobierno digno y ejecutivo que valore lo sensible y emocional. Un pueblo necesitado y un gobernante “que nos quiera”. Este es un sello de nuestra carta natal que necesitamos reconocer, validar y respetar. Esto significa que un eventual presidente frío, meramente administrativo y formal, o técnico y racional, no se correspondería con este patrón.
No obstante, la cualidad de este foco energético puede distorsionarse. En su modo más complejo, se cristaliza un hábito emocional de carencia y austeridad (“si carezco, me quieren”) combinado con una demanda y expectativa de atención afectiva tan extrema que, fatalmente, ninguna figura gobernante será capaz de satisfacer.
El antídoto a esta distorsión es la madurez de la Luna Llena. Y eso es la madurez del pueblo. Una expresión popular cada vez menos dependiente del favor de los gobernantes, con mayor nivel de autosuficiencia y autonomía, tal como el de un niño o un adolescente que aprende a afirmarse en sí mismo y a no depender de los padres, a generar lo que necesita sin tener que demandarlo a otro.
Este núcleo canceriano-capricorniano tiene una rica potencialidad: la valoración del contacto sensible y humano, la capacidad de sostén emocional maduro, el talento de brindar calidez y ternura en las relaciones. No obstante, tomado por el hábito regresivo, se manifiesta como sentimiento de vulnerabilidad y de dependencia a gobernantes que resulten padres protectores.
Abrumados por la carencia, se genera un íntimo e intenso anhelo de abundancia que quedará asociado a lo que la bondad de un gobernante pueda otorgar, antes que al propio estímulo, mérito o aspiración. La posibilidad de desarrollar una conciencia adulta, madura y sensible, capaz de afirmarse en la realidad y de brindar sostén afectivo y material, se frustra en la identificación con un niño carente a la espera de una madre o un padre bondadoso que le dé todo lo que necesita.
Este carácter Cáncer-Capricornio valora el repliegue sobre lo propio. Cree que protegerse es cerrarse y que abrirse es exponerse a riesgos y peligros. En una entidad individual simboliza a una persona “apegada a la familia, a la memoria y al pasado”. En una entidad colectiva va a representar un sentimiento de nacionalismo extremadamente celoso. Y ya sabemos que esto tiene un destino: aprender a abrirse, a confiar en el otro.
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La patria ilustrada
En nuestro sino nacional ese destino de apertura está reforzado por ser Ascendente en Libra. Representa otro núcleo de la carta natal de Argentina, cualitativamente diferenciado del anterior:
.- Ascendente en Libra.
.- Júpiter en casa I.
.- Venus (gobernante de la carta) en casa IX.
El Ascendente en Libra simboliza el aprendizaje de vínculos con otro diferente, no semejante. Saber relacionarme con el otro no familiar. Desarrollar vínculo con el que está “en la vereda de enfrente”. El “sonido de esta cuerda” de la carta natal -tan válida como la anterior- nos obliga a vincularnos, precisamente, con aquel que preferimos rechazar.
– Núcleo venusino-jupiteriano –
Libra es el encuentro amoroso complementario, no confirmatorio. A escala individual, es el encuentro con quien no resulta “el buen candidato o buena candidata de papá y mamá”. Y ser Ascendente en Libra implica Aries en casa VII: el vínculo profundamente complementario se vive, en principio, como conflicto y tensión. Es un tipo de relación que no valida “lo que yo necesito que la realidad sea”, sino que obliga a exponerme a lo desconocido. En verdad, la riqueza del vínculo consiste en que me abre a lo diferente, a lo que aún no conozco de mí.
La distorsión aquí tiene que ver con el exceso de apertura, la disposición a las relaciones llevada al extremo de dependencia y de pérdida de contacto con las propias necesidades para satisfacer las del otro. El potencial de cooperación y complemento se frustra, de este modo, en sometimiento y complacencia.
También encontramos en este núcleo el talento jupiteriano-venusino de la búsqueda del conocimiento, la verdad y la belleza. La valoración del saber, la capacidad de una visión trascendente y la confianza en un futuro mejor. Transformado en mecanismo regresivo, este talento se distorsiona en un modo elitista de relacionarse con los demás. Se señalan diferencias jerárquicas y se las lleva al extremo de estigmatizarla en desprecios. La dominación de una casta o clase superior sobre otras inferiores encuentra justificaciones filosóficas, religiosas, políticas o estéticas: “la gente bien” y “los grasas”, los “ilustrados” y “los brutos”, “civilización” y “barbarie”, pero también “la vanguardia iluminada” y “las fuerzas reaccionarias”, “la élite intelectual” y “la masa obrera”. La evidencia de las diferencias se cristaliza en una lógica vincular de exclusión. El hechizo de la polarización nos convence de que un polo es “mejor” y el otro “peor”.
Es el mito de la ilustración. El encanto de la sabiduría como mérito de la mente racional. Sólo es verdadera la opinión de aquellos que tienen formación y rigor académico. La verdad surge de sagaces percepciones intelectuales, de arduos conceptos y complejas ideas elaboradas por mentes jerarquizadas y comprendidas sólo por inteligencias selectas. La verdad, la sabiduría y, por lo tanto, la toma de decisiones en favor de lo mejor, es propiedad de unos pocos.
Inevitablemente, el mito de la ilustración genera elitismo. Ya sea para “asegurar el orden natural de las cosas” o para “despertar al pueblo hacia su liberación”, élites ilustradas se apropian de la verdad, dictan sentencias morales y se sienten con derecho de imponer -por coerción legal o violencia física- su visión a la totalidad, sin respeto ni inclusión de minorías.
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La tensión Cáncer-Libra
Cáncer representa vínculos endogámicos. Libra vínculos exogámicos. Las relaciones endogámicas dan mucha seguridad y protección, pero generan repetición y toxicidad (es razón biológica por la que no procreamos con familiares de sangre). Las relaciones exogámicas, en cambio, generan mixtura, hibridación y resultan más creativas. Aparearse con lo semejante asegura pureza, pero no desarrolla creatividad.
El primer núcleo (Cáncer) valora lo originario, lo autóctono, lo próximo. “Mira hacia América y repudia lo gringo”. Desde esta mirada, vincularse con lo diferente implica quedar sometido. La vincularidad exogámica es vivida como riesgo de sometimiento.
El segundo núcleo (Libra) representa un pulso que anhela vincularse con lo lejano, con lo distinto. Mira hacia afuera. Más aún, valora lo que está afuera, lo que se diferencia del clan familiar o de la pertenencia nacional. “Mira hacia Europa y repudia lo nativo”. Desde esta perspectiva, quedarse en lo propio representa postergación y atraso.
Parece evidente que existe un nivel de diálogo en el que estas dos voces no se escuchan. La relación entre Cáncer y Libra, en principio, reproduce conflicto: la tensión entre lo propio y lo ajeno, mundo interior y mundo exterior, lo seguro como cierre y lo creativo como apertura.
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La tendencia al verticalismo
El Sol en casa X y Luna en casa IV de la carta de Argentina simbolizan un modo de gobierno que tiende a los liderazgos personalistas y carismáticos. Marca una tendencia al verticalismo paternalista, en el que se subraya un fuerte lazo afectivo y emocional del gobernante en su relación con el pueblo. Representa la imagen del caudillo protector o señor feudal, que encarna en su persona los intereses de la región y la voluntad de la población. O también el monarca que surge de una familia real que asegura la unidad nacional y la conservación de los valores tradicionales. Pero, ya se trate de caudillismo, feudalismo o monarquía, todas resultan formas pre-democráticas. De hecho, domina en la primera parte de nuestra historia, heredando modos de organización social propios de los tiempos de la colonia, hasta 1853.
Por su parte, el núcleo venusino-jupiteriano promueve modos de representación plurales inspirados en altos ideales. Parece ajustarse a los valores democráticos de respeto por el otro y confianza en el progreso, asegurados por una magna constitución que establece principios de convivencia que prevalecen sobre la prepotencia individual. Este modo de organización social predomina a partir de 1853 y simboliza el espíritu de la formación de un Estado nacional moderno y republicano, capaz de promover un formidable desarrollo económico e institucional durante la segunda mitad del siglo XIX. No obstante, la mirada idealista y la excitación positivista (orden y progreso) tiende a reproducir jerarquías sociales que terminan cristalizándose en oligarquías dominantes y mayorías dominadas. Eso reinstala la modalidad de gobiernos verticales que traban toda movilidad y expectativa de ascenso social. Se conforma un poder concentrado en élites ilustradas que, bajo apariencia democrática, reproducen exclusión y autoritarismo.
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La patria oculta
Y hay una tercera cuerda en nuestra carta natal que simboliza el sonido de Neptuno y Plutón.
.- Plutón en Piscis en cuadratura a Neptuno en Sagitario.
.- Júpiter en Escorpio.
.- Quirón en Piscis en conjunción con Plutón.
Representa la sustancia misma en la que se viven los dos núcleos anteriores. Podemos sintetizarlo como el hechizo de absoluto. Este sonido alimenta la ocurrencia de que un polo ocupe la totalidad del juego de energías, que en la lógica vincular pueda prescindirse de un polo.
– Núcleo neptuniano-plutoniano –
Hacer que el otro desaparezca para purificar a la totalidad. Identificar el beneficio del conjunto de la sociedad con los ideales e intereses de una facción. Es la fantasía de la muerte purificadora, del sacrificio redentor: para salvarnos tenemos que eliminar lo tóxico… Y lo tóxico es el otro. Este es el encanto de la polarización. En la polarización, la totalidad queda identificada con uno de los polos. Y esto es destino de autodestrucción.
Es el hechizo de la polarización (polos que no se reconocen y se excluyen) que malogra la posibilidad de vivir la dinámica de la polaridad (polos que se reconocen y se incluyen). Seguramente todo aquel que se haya acercado a la astrología ha leído “El Kybalion” y ha estudiado el «principio de polaridad». Pero nunca será suficiente ejercitar de un modo vivencial ese principio en nuestras emociones y en los supuestos inconscientes de nuestra percepción. Ejercer la astrología implica la responsabilidad de mantenernos atentos a la discriminación entre dinámica de polaridad y conflicto de polarización. Es crucial distinguir entre una cosa y otra.
En lo más básico de la psicología aparece la polaridad como la dinámica entre “lo consciente” y “lo inconsciente”. El desarrollo de nuestra conciencia es el resultado de esa interacción. Nuestra identidad consciente, en principio, se siente amenazada por lo inconsciente y por eso intenta controlarlo, reprimirlo o negarlo. Esa actitud termina generando dolor, sufrimiento psicológico y, a fuerza de “palazos en la cabeza”, nos vemos obligados a asumir algún modo de proceso terapéutico que nos permita hacer contacto con lo temido y así transformarnos. La dinámica de nuestra conciencia nos obliga a reconocer que somos mucho más de lo que creemos ser, o algo muy distinto a lo que creemos que somos.
Aquí les propongo trasladar esta misma dinámica al proceso de desarrollo de nuestra conciencia colectiva.
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El horror en el espejo
En general, lo oscuro y temido en nosotros lo proyectamos en nuestras relaciones. Nos convencemos de que “el otro es lo oscuro”.
Efectivamente, nuestras relaciones humanas pueden traernos experiencias desagradables. Si este fenómeno ocurre una vez quizás podamos adjudicarlo a la mala suerte. Si ocurre una segunda vez podemos asociarlo a una casualidad. Pero si se presenta por tercera vez ya podemos hablar de un patrón que está operando. Es decir, la repetición delata el patrón psicológico inconsciente. La repetición pone en evidencia que atraigo aquello que rechazo. Ese contenido que, como algo exterior, fatalmente se presenta en mi vida, en verdad, forma parte de lo que profundamente soy. Esto sería la dinámica de polaridad.
No obstante, en el conflicto de polarización un polo se adjudica la luz y proyecta la sombra. La conciencia se identifica con un personaje interno -una imagen de sí misma- que asocia a lo luminoso y ve en el otro toda la oscuridad, e intenta que la totalidad -los hechos, la conducta de los demás- responda a lo que ha definido como real.
Trasladado a lo colectivo, veríamos a un grupo, a una facción, que se adjudica la expresión de la argentinidad y se atribuye el derecho de establecer qué debe ser este país. Un polo (un grupo, una facción, una clase, una ideología, una fe) se repliega sobre sí mismo y niega la vincularidad.
En la historia argentina, desde la colonia hasta hoy, puede visualizarse cómo la creativa dinámica de la polaridad se frustra en el encanto fatal de la polarización. Una frustración que genera repetición. Propongo esta lista:
Criollos y españoles.
Unitarios y federales.
Civilizados y gauchos.
Oligarquía y masa popular.
Peronismo y gorilas.
Vanguardias revolucionarias y organizaciones sindicales.
Revolucionarios y reaccionarios.
Populismo y neoliberalismo.
Si nos detenemos a profundizar, veremos que en el interior de cada uno de los polos, tarde o temprano, se reproduce la misma polarización. Tres ejemplos históricos:
.- Cuando “los gorilas” derrocan a Perón aparecen en el poder las figuras de Lonardi, Aramburu y Rojas. Pero Lonardi anuncia, como presidente, que se abría una época “sin vencedores ni vencidos”, lo cual provoca una polarización dentro de “los gorilas”. Este conflicto luego redundará en la división en las fuerzas armadas entre “azules y colorados”, o nacionalistas católicos y liberales conservadores, a extremo de enfrentamiento armado y muertes.
.- En “la vanguardia revolucionaria”, polarizada con el militarismo reaccionario, también existía una polarización latente entre Montoneros y ERP (y no sabemos en qué hubiera derivado en caso de haber tomado el poder). Unos ponían acento en el nacionalismo y en la subordinación a la figura de Perón, mientras que los otros resultaban más ideológicos y no reconocían a ningún líder que encarnara la revolución. Es decir, dentro del mismo polo revolucionario se reproducía una polarización entre “socialismo nacional” y “marxismo internacional”.
.- En “los peronistas”, monolíticos en los primeros años de exilio del líder, ante la posibilidad de retornar al poder a comienzos de los años ‘70, comienza a emerger la polarización entre quienes veían a Perón como el gestor de la “patria socialista” y aquellos que sentían mantenerse fieles a la “patria peronista”. La “juventud maravillosa” polarizada con las “organizaciones sindicales”. Una polarización que incluyó acciones armadas en las que militantes peronistas ejecutaron a militantes peronistas.
Es decir, en el hechizo de la polarización, cada polo -aún dentro de los que parecen ser uniformes y absolutos- reproduce la misma tensión excluyente. Y es fundamental percibir este patrón que conduce a un encanto por la división, porque si no se lo registra entonces la repetición resultará fatal. Gane quien gane, habrá repetición.
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La convivencia como revolución
¿Cuál es el conjuro a este fatalismo? ¿Cómo podemos disolver la tendencia a crear nuevas expectativas de que un polo anule absolutamente al otro polo y que a partir de allí sí -¡al fin!- comience la patria?
El conjuro, al antídoto, es desarrollar una conciencia que acepte incluir a aquel que es distinto. Reconocer al otro e incluirlo, con su diferencia, como parte de la nación. Aceptar alternancia en el ejercicio del poder y en las responsabilidades de su gobierno. Aceptar que en cierta ola histórica prevalece una mirada y en otro momento la otra. Y que en esa alternancia se van atenuando los extremos más polarizados. Del odiado enemigo al honorable adversario.
El conjuro es aceptar la convivencia. Compartir suelo y ley.
Este aprendizaje es vigente. Muy presente. Los principios básicos de la democracia siguen siendo revolucionarios para nuestra comunidad.
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(Continua en “Argentina astrológica II: los caudillos y las leyes”).
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--- amigo Edgardo, me ha gustado mucho este trabajo tuyo: yo no sé tanta,tanta astrología, ni de lejos, pero he meditado muchas veces acerca de tan querido país - patria de nacimiento de mi padre - y tus resultados y mis resultados son muy, muy coincidentes; te felicito con entusiasmo, estimado compañero y amigo; recibe mi abrazo fraterno. a. justel
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