Argentina astrológica (VI):
un ritual de silencio
Alejandro Lodi
(Noviembre 2015)
Recortemos un hecho astrológico de nuestro presente: la carta natal de Argentina vive el retorno de Quirón.
– Retorno de Quirón (2014-2016) –
Entre 2014 y 2016, los argentinos estamos en retorno quironiano, algo que ocurre cada 50 años. Es un momento propicio para reconocernos en lo que nos hiere, en lo que nos duele. Tenemos pendientes con el dolor. El dolor que nos hemos infligido unos a otros, en acto o en pensamiento. Y aquí puede florecer un talento de nuestra carta natal -el contenido neptuniano-plutoniano- que, además de generar el hechizo de absoluto, es capaz de asociar transformación con amorosidad, dolor con compasión.
– Núcleo neptuniano-plutoniano –
El punto es que nuestra historia revela que somos muy susceptibles a que esa sensibilidad compasiva, sanadora y trascendente se organice como excitación autodestructiva enmascarada en sacrificio redentor o conflicto purificador. Son muchos los hechos del pasado que nos indican lo patológicamente vulnerables que somos a encarnar cruzadas salvadoras que exorcicen nuestros demonios. Narcotizados en el encanto de nuestra propia imagen de justicieros providenciales, resultamos indiferentes al dolor que somos capaces de promover en aquellos que conformamos como nuestros enemigos. La justificación de la violencia por nobles ideales o santas verdades.
La polarización que se activó en los últimos años nos recordó lo viva que está la deuda de compasión que tenemos con nosotros mismos, de animarnos a sentir el dolor del otro, de abstenernos de proyectar toda la brutalidad en un polo. Esto no significa justificar. Implica, por el contrario, reconocer la realidad y las responsabilidades sobre nuestros crímenes, sin absolver ninguno. Aplicar la ley, condenar a quien lo merezca, sin generar chivos expiatorios. Ser valientes para exponernos a todas las voces, conmovernos en el contacto humano con todo el dolor manifiesto, sin filtros ideológicos ni refugios en imágenes encantadoras de nosotros mismos. Todo un desafío de madurez.
Como sucede a escala individual, aquí se trata de tolerar dos niveles al mismo tiempo. En un nivel, están víctimas y victimarios y deben asumirse responsabilidades por los actos. Pero, en otro nivel, ambos forman parte de un mismo sistema y forman parte de un vínculo, sin posibilidad de exclusión. ¿Qué nos une a aquello que nos horroriza? ¿Qué nos involucra con lo temido? ¿Qué capcioso lazo nos ata al miedo? Los hechos externos se corresponden con el estado interno. Reconocernos en el espejo del “otro aborrecido” es lo único que nos libera del yugo del resentimiento y de la autogratificación. Aceptar la incómoda verdad que nos refleja en los demás es la clave para transformar la toxicidad de nuestras emociones cristalizadas en el pasado y, entonces, generar un futuro que difiera de la fatal repetición.
El 18 F
Un mes después de que apareciera muerto el fiscal Nisman, el 18 de febrero de 2015 miles de argentinos marcharon bajo una implacable lluvia de verano. No hubo gritos, ni consignas que favorecieran a un grupo político específico. Predominaba la preocupación ante un hecho trágico que no tenía (ni tiene aun) explicaciones satisfactorias de las autoridades estatales y que recordaba a los fantasmas más oscuros del pasado (por eso, quizás, la madura edad de los participantes). La nausea ante la posibilidad de que la violencia política volviera a naturalizarse.
El 18 F tuvo esa cualidad: marchar en silencio. Algo que evocó aquellas manifestaciones de la década del 90 por el asesinato de María Soledad Morales. La potencia de marchar en silencio. Una potencia quizás desconocida y mucho más contundente (menos excitante, pero más contundente) que la de las marchas de pancartas y gritos. La potencia que también tuvieron las primeras rondas de las madres de desaparecidos, mientras giraban en silencio alrededor de la Pirámide de Mayo. El silencio permite sentir el dolor. El silencio tienen esa cualidad: amplifica la sensibilidad al dolor sin necesidad de estar de acuerdo con consignas. En silencio se sabe (se siente) por qué se marcha, aunque no pueda explicárselo.
El 18 F, el silencio expresaba una preocupación que no estaba dirigida ni construida por ningún grupo, ni señalaba culpables aunque reclamara responsabilidades. Es evidente que un grupo de fiscales de la nación no tiene el poder ni la persuasión suficiente para convocar a decenas de miles de personas. Como astrólogos, sabemos que el silencio es una exquisita cualidad de lo pisciano. Quizás la contundencia de aquella marcha se deba a que, de un modo espontáneo (como ocurre con los sucesos que brotan del inconsciente colectivo), representó un ritual comunitario acerca de cómo vivir la energía de Piscis. Más allá de la utilización que hayan pretendido hacer grupos políticos afines y contrarios al gobierno, el 18 F –y las circunstancias de los días previos y posteriores- fue un ritual colectivo de polaridad neptuniana: silencio y palabra, percepción e interpretación, conmoción sensible y explicación racional.
Un silencio afectado por un crimen y que reclama su esclarecimiento a un Estado gobernado por una personalidad que, en un modo paradojal a su condición pisciana, le da extrema importancia a la palabra. La presidente de los discursos extensos, intensos y diarios, y miles de ciudadanos que marchan sin exclamaciones bajo el aguacero. El énfasis puesto en el relato y en las interpretaciones de los hechos, en polaridad con un silencio en el que se impone aquello que siente y percibe. El silencio hace contacto con una información que está más allá de lo que puede ser explicado. El talento para ese silencio es de Piscis. Y es muy coherente que esas manifestaciones silentes aparezcan en el destino de una gobernante pisciana que tanto estima que su palabra sea escuchada. Por ley de polaridad, la verborragia genera mutis.
Estoy convencido de que los líderes son víctimas de las corrientes colectivas. La actuación de los líderes está condicionada por contenidos inconscientes de la comunidad. Encarnan aquello que su comunidad necesita vivir. Y surgen así, de un modo espontáneo, auténticos rituales colectivos, convocados por la propia energía del inconsciente compartido antes que por acción deliberada de figuras públicas. Aun en el caso de líderes que intenten manipular esas corrientes colectivas inconscientes en su propio beneficio, incluso con éxito a corto plazo, la historia demuestra que terminan siendo devorados por la potencia del ritual que han invocado y que creían poder controlar. Ante estos temas –característicos tanto de Piscis, como de Neptuno y de casa XII- las figuras públicas tienen como respuesta el renunciamiento o la entrega, sea bajo la forma de servicio consciente o de sacrificio autodestructivo.
El 18 F fue un ritual con la muerte. Superó las consignas de los fiscales convocantes o, incluso, el homenaje al muerto. Esa marcha irradiaba la preocupación de que la pesadilla de la violencia política retornara a nuestra vida en comunidad. Antes que a favor de los fiscales o en contra del gobierno, esa manifestación expresaba el desasosiego y la angustia de estar repitiendo la historia.
Un ritual de silencio. De contacto con nuestras heridas, en la esperanza de quedar expuestos a algún sentido orientador. Un ritual quironiano. Como el que imaginó Kurosawa para dos mujeres de Nagasaki.
(Continúa en “Argentina astrológica VII: aquí llega Plutón y Urano también”)
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