Crowley, Aleister
Crowley, Aleister; (en realidad,
Edward Alexander Crowley), nacido
el 12 de octubre de 1875 a las
23h30* en Leamington (GB); fallecido
el 1 de diciembre de 1947.
*«Entre las 11 y medianoche» según el
mismo Crowley en Equinox.
Crowley fue la figura más cambiante de la escena
esotérica de las tres primeras décadas del siglo XX.
Puede definirse – junto a Gurdijeff – como uno de los
magos más grandes del siglo XX.
Y, ciertamente, fue un prototipo del gurú angloeuropeo
o, como él mismo decía: «I am a hell of a holy
guru» (¡Soy un gurú sagrado de la hostia!). En 1925
se dejo proclamar Weltheiland («El maestro del mundo...
ha aparecido en la persona del maestro To
Mega Therion»). Estudió en Cambridge, viajó mucho
en su juventud, hizo alpinismo en los Alpes y el
Himalaya, y entabló relaciones con muchos esotéricos
de su época. En 1899 se hizo miembro de la orden
Golden Dawn (Aurora dorada). A partir de 1905,
fundó toda una serie de «órdenes secretas», escribió
una gran cantidad de libros de magia, diseñó el conocido tarot de la Golden Dawn, publicó la revista
The Equinox y se presentó
– tanto en su actividad
dentro de las órdenes como en los diversos libros
–
con distintos pseudónimos (Hermano Perdurabo, Gérard Aumont, Maestro Therion, etc.).
Con su polifacética educación, su aguda y veleidosa
intelectualidad y su permanente bordear entre distintas
enseñanzas filosóficas y técnicas mágicas, mostró
una imagen contradictoria ante su público, cuyas
reacciones fueron desde la entrega pasional hasta el
rechazo total y el odio. Lo único verdaderamente
constante en su agresiva obra misionera fue la proclamación
de una ley válida para él y para todas las
personas que había experimentado en una «iniciación».
Le dio el nombre de ley de Thelema: «Haz lo
que quieras».
También escribió un libro sobre astrología, con la clara
intención de darle una mayor profundidad espiritual
y acercarla al pensamiento científico: Astrologic.
La intención es honorable, pero la astrología no era
uno de sus puntos fuertes y los datos astronómicos
contienen
– medidos según el conocimiento de la
época
– demasiados errores como para convencer a
los expertos.
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